Yo medito
Mi historia meditacional es un arco que
va del degenere al regenere. Cuando empecé a meditar estaba hecho un desastre. Pero
luego con los años todo mi sistema biopsíquico se fue ordenando (sin perder por
ello creatividad, limimalidad y un filo ocasional de caos). No estoy diciendo
que soy un ser humano cocinado, por supuesto. Estoy diciendo que se ha dado una
transformación reconocible. Si alguien no lo cree es porque no me conoció
antes.
Yo tuve un contacto con la meditación
desde la infancia. Mi abuela estaba metida en todo aquel rollo de la teosofía,
el esoterismo, la magia, la espiritualidad alternativa, aunque no existiera el
término como tal en esa época.
En mi adolescencia primera, segunda y
tercera, mi meditación fueron todas esas drogas, con sus estados alterados.
Especialmente los enteógenos y algunos preparados químicos como el LSD me
rompieron uno a uno los esquemas de la existencia consensuada.
Tomé hongos múltiples veces. Más de
veinte años después, sigo procesando aquellas experiencias en psilocibina. Los
hongos me mostraron que todo eso que me habían dicho –y yo había creído– sobre
la realidad, con sus convenciones de tiempo, espacio, objetividad y causalidad,
no era más que una mentira, o una verdad extremadamente limitada.
Como era de esperarse, las drogas me
terminaron metiendo en un carrusel extremadamente volátil y peligroso. Fueron
capas y capas de autodestrucción alquitranada.
Eventualmente, me retiré a mis cuarteles
de invierno, dejé las drogas, empecé el
proceso de regeneración, que me llevó directamente a esa habitación luminosa y
respetable llamada meditación. Fueron añadiéndose innumerables guías y libros
sobre el tema (. También visité algunos centros espirituales y fui a múltiples
retiros. La pura lujuria dármica, espiritual, me llevó a meditar lo indecible y
a explorar innumerables tipos de disciplina interior. Tengo en mi haber una
colección interesante de experiencias meditativas.
En un momento, tomé el refugio budista
(sigo siendo budista hasta la fecha). La vipassana –una forma de meditación
ubicua en todos los budismos– me obsesionó, pero no fue la única. En el budismo
tibetano encontré un vasto registro de técnicas meditacionales, desde las
básicas y concretas hasta las esotéricos y místicas. La sofisticación
contemplativa del budismo es apabullante. Muchas de las meditaciones tibetanas
son largas composiciones psicoespirituales, tejidos altamente complejos.
Hoy llevo unos diez años de ser un
meditador formal. En realidad no es mucho tiempo, y comprendo plenamente mis
límites como meditador. Por otro lado no puedo negar que he meditado como un
animal, y ya tengo un estilo yóguico que podemos llamar personal. En efecto, la
meditación es algo que hay que apropiarse.
¿Quiere decir eso que soy un meditador
realizado? No. Para eso tendría que ser como esos meditadores que se encierran
en un retiro oscuro durante meses y años y no hacen más que meditar, ni
siquiera duermen, por estar meditando. Son como atletas profesionales. Yo no soy
más que un atleta aficionado, que hace deporte una hora al día. Lo cual de
veras es insignificante.
(Buscando a Syd publicada el 28 de abril
de 2016 en El Periódico.)
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