Hedor
Los cambios
trascendentales no vendrán de un colectivo abstracto. Vendrán de un puñado de individuos
con talentos especiales para la arquitectura social y el efecto de cambio. Por
supuesto, cuando me refiero a “un puñado de individuos con talentos especiales
para la arquitectura social y el efecto de cambio” no estoy hablando de esos
caraduras, los diputados.
Por mi parte
no tengo ningún problema con insultar una y otra vez a esa recua de
carteristas. Es cierto que a un nivel individual no todos los diputados merecen
ser llamados así. Pero luego a un nivel gremial los mal llamados Padres de la
Patria merecen cada gramo de ostracismo que han recibido por parte de la
ciudadanía despabilada, que preferiría ser designada Bastarda antes que
legitimar una representación política que solo ha traído vergüenza y carroña a
la vida nacional. Hay que ver el hedor que emana de esa cofradía de cainitas.
La política
del país se ha parlamentarizado lo indecible. En este caso, hablamos de una
parlamentarización negativa, ilegible, experta de un lado en romper las
continuidades estatales, en vez de cohesionarlas; y experta por el otro en
eternizar la agenda legislativa como ganancia política y reditual. Que los
focos más recientes de indignación provengan del hemiciclo no ha de
extrañarnos. Para mientras la gente enferma sufre en los pasillos enfermos de un
hospital enfermo. Nada sana, en este país.
No es que
seamos los únicos en vivir este flagelo: en casi cualquier punto del planeta
encontraremos focos de infección congresil y senatorial. Si aquí por ejemplo son
los desplantes verbales de este o aquel diputado, en España son los privilegios
de aforamiento y en Brasil las cábalas plenarias, en donde la democracia es asesinada
por un grupo de pactistas, más interesados en la politiquería subterráquea y
ofídica que en una agenda real de rendición de cuentas, que por supuesto debe
darse.
El asunto de
Brasil es particularmente bochornoso: esa atmósfera fársica, circense,
tercermundista, ignorante, provincial, que hubiera puesto a don Jorge Amado de bastante
mal humor. Un artículo publicado en El País el lunes (“Dios tumba a la
presidencia del Brasil”) lo decía así: “Los parlamentarios recordaban a los
telespectadores de Xuxa, que aprovechaban su participación en directo en el
programa para saludar eternamente a su madre, a su marido, a su amante, al
primo, al nieto, a su vecino, a sus amigos y al portero”.
Es la
infantilización de la política. Los hemiciclos han perdido toda gravedad y profundidad
a favor de un programa tetón de demagogia y espectáculo, encubriendo el
cabildeo más vulgar.
La política es
una señorita muy disputada por la trampa, el populismo y la burocracia. No
contentos con tener que soportar los procedimientos oblicuos que atestan el
intercambio privado, tenemos que soportar ese mismo tinglado de maniobras y
bricolajes dudosos en la esfera parlamentaria. Para que después tengamos que
aguantar los sermones vacíos y bromas idiotas del Presidente y encima atestiguar
cómo se criogenizan nuestras aspiraciones profundas de justicia.
Está de la
gran puta.
(Buscando a Syd publicada el 21 de abril
de 2016 en El Periódico.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario