Una buena chica
Gloria Álvarez
portará siempre cerca del pecho el camafeo libertario. Se le puede acusar de
muchas cosas, pero no de veleidad política o transformismo: su defensa irá
siempre para el individuo –o para el colectivo hecho de individuos, es decir: sin
ninguna mística social– y por supuesto irá siempre para ella, la República. En
un país como Guatemala ser republicano todavía tiene eso de reformador, porque
todo está por hacerse en términos de Derecho. Eso viene acompañado de una cierta
irritación conminatoria y moralizante, que le permea siempre la voz vesicante. Pero
para ser tan reformadora, es la reina lo de lo manido. Como productora de
discurso es bastante incompleta, no solo porque no conoce o reconoce, y siempre
reduce, su némesis crítica –la tradición pensante de la izquierda– sino porque
incluso como productora de ideas en su propia tradición es como manca. Añadamos
a estas parcialidades el hecho de que no sabe examinarse a sí misma, más allá de
las enmiendas públicas ineludibles, que cada cierto tiempo tiene que hacer,
porque ha dicho una sandez. Le podemos dar un crédito a la Álvarez y es que
está comprometida con su programa salvífico, y eso se ve en su militancia
diarreica y fértil, que de otra parte le ha traído cierta reputación, y más de
una nota periodística de ambos lados del charco. Tampoco vamos a decir que eso
que hace lo hace bien, no, pero al menos lo hace con un sentido de entrega,
remachonamente. Y desde un romanticismo ideológico y adolescente de puño al
aire, que en otro contexto podría ser un cumplido, pero en este no tanto. Gloria
Álvarez tiene una función ideológica entre cerébrica y muscular. No es tan
lista como para ser una intelectual; no es lo suficientemente idiota como para
ser una recluta. Al final termina siendo la rubia–corifeo a quien se le puede
mandar a todas partes a pregonar el mensaje de las dos derechas. Una suerte de
misionera ideológica: no exactamente una teóloga, por seguir la metáfora, menos
una gran teóloga, pero alguien que alguna cosa sabe de las Sagradas Escrituras
Republico–Liberales. Con todo, y como ya dije, no matiza mucho en lo propio ni
en lo ajeno. Por ejemplo, jamás sabría separar la auténtica mística social de
la cuál veníamos hablando arriba del puro y craso populismo. Populismo que
detesta –y nosotros también– pero resulta que ella misma tiene algo de
populista, demagógica y bochinchera en todos sus ademanes comunicacionales. Es
realmente una propagandista. Decir algo mucho, decirlo todo el tiempo: no hay
mayor definición de la propaganda. Y decirlo con tono, con autoridad. Porque todo
está en el tono, según enseñan los más carismáticos autócratas, de izquierda o
de derecha. El tono es el loro. Y Gloria Álvarez es, más que Crazy Glorita,
Crazy Lorita. Lo de Lorita se le ve en lo impulsiva también, condición que le
ha puesto en la picota algunas veces (pueblo miserable). En esa impulsividad le
brotan los vicios de clase, aunque luego procura apagar el fuego con algún sofisma
fanático, carente de humor. Crazy Lorita es muy leal a sus convicciones, que
configuran una suerte de búnker ideológico, en el cual se siente muy segura, y
que cuida responsablemente, como la buena chica que es.
(Buscando a Syd publicada el 14 de abril
de 2016 en El Periódico.)
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