Basura
1. La basura
de una persona es la muerte de otra. La semana pasada, varios guajeros murieron
soterrados en una avalancha de residuos, en el llamado relleno sanitario.
2. Al escribir
esto, contemplo el basurero enano que está a la par de mi escritorio, ahora
clínicamente vacío. Que esté vacío no quiere decir que yo no genere basura, por
supuesto. Quiere decir que tengo una manera muy conveniente de deshacerme de mi
propia inmundicia, de mis propias acumulaciones y excedencias. Como la gran
mayoría, me deshago raudamente de la basura, poniéndola, como se dice, debajo
de la alfombra.
Es decir en el
basurero de la Zona 3.
3. Soy un
productor consuetudinario de basura y mis hábitos residuales no son los más
conscientes. Si fueran conscientes no compraría, por caso, esas gaseosas que
vienen en botellas de plástico –así llamado– desechable.
Tampoco es que
sea una persona groseramente consumista. Por lo menos en comparación con otros,
que compran como si no hubiera mañana y solo muladas. Inclusive procuro reusar
y reducir. Por ejemplo, llevo al súper mis propias bolsas, para que no me empaquen
todo en plástico.
Pero aún con
esta u otra práctica, no me salvo de amontonar una cuota respetable de residuos
domésticos. Como otros, yo también vivo en una cultura del desperdicio.
Y como otros, soy
pródigo en echarle la culpa a la Municipalidad. Es una de las tantas
convenientes maneras que tenemos los urbanitas de circunvalar el hecho de que esa
basura es, de hecho, nuestra basura. (Otro tanto ocurre con el tráfico: me
quejo del tráfico estando en el tráfico, como si mi carro no fuera parte del problema,
no fuera parte del tráfico.)
Con eso de la
basura, la usual indignación y el usual choteo antigobierno no terminan de
funcionar. No estoy diciendo que no haya que exigir resultados y
transformaciones de fondo a las instituciones del caso. Pero si no estoy
dispuesto a modificar mis hábitos íntimos, y extraerme pues de mi zona de confort,
entonces alegar de esta forma solo constituye otro hit, otro hit para mis Grandes
Éxitos Fariseos.
4. Por
supuesto, funciona igual a la inversa.
Nos damos
cuenta que los pequeños esfuerzos personales o comunitarios encallan si no hay
una infraestructura, un marco jurídico panorámico y una economía seria que
pueda absorberlos.
Y por economía
seria quiero decir economía clara, porque el sistema de basura actual es un
negocio turbio que beneficia a un montón de personas, desde las estructuras de
guajeros (que son menos inocentes de lo que se piensa, y a quienes también hay
que pedir responsabilidad) hasta el último cuadro municipal, pasando por los extractores,
que tienen cooptado el negocio.
5. En mi casa
utilizo dos basureros grandes, uno para los desechos orgánicos y otro para los
no orgánicos. Es un acto de fe: en términos reales ignoro si este esfuerzo es
terminante, si esto que separo va a terminar revuelto de todos modos en la Zona
3. A lo mejor le va a hacer más fácil la vida a algún guajero, que sonreirá
antes de terminar aplastado por un alud de polución.
6. Hora de
bajar la basura. Tomo el ascensor hasta llegar al sótano, en donde hay un
cuarto en donde los residentes del edificio en el cual vivo depositan su porquería.
Por lo general, hay una estimable y nada biótica cantidad de desperdicio, aún
si se retira con ritmo regular y varias veces por semana. En ciertos momentos
del año, como en la Navidad, la basura alcanza dimensiones pantagruélicas.
En un momento
se intentó introducir en el edificio un programa de reciclaje, para lo cual se
instalaron los clásicos ecobasureros: para vidrio, para plástico, para desechos
tecnológicos, etcétera.
Al principio,
los residentes semi–utilizaron los basureros. Pero a la larga la iniciativa murió,
y los basureros terminaron a un lado, inoperantes.
Es así: una
cultura de reciclaje y de producción consciente de basura demanda un significativo
esfuerzo formador, que casi nadie está dispuesto a asumir en nuestra sociedad.
No se puede
poner unos basureros de reciclaje y esperar que, de pronto, todos los
involucrados sean de la noche a la mañana ecológicamente conscientes. Todo eso
debe venir acompañado de una educación.
7. Un dron nos
revela desde el aire el relleno sanitario de la zona 3. ¿Cómo gestionar toda
esa agria basura? A veces siento cierta empatía por el sistema, tan varado en
sí mismo. Entiendo que hay condiciones objetivas cristalizadas, que no pueden
moldearse como si fueran Play–Doh. Pero de otra parte también reconozco el
profundo derecho que tenemos a exigir al sistema –y a sus representantes– mayor
creatividad en prácticas y procesos.
8. En cierto
modo, todos vamos a morir soterrados por nuestra propia basura. La humanidad
toda terminará hundida debajo de esa foca cósmica de residuos. Solo los Dioses
Zopes, solo ellos nos sobrevivirán.
(Buscando a Syd publicada el 5 de mayo de
2016 en El Periódico.)
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