Digital
1/ El internet
–que como instrumento público ya tendrá algo así como un cuarto de siglo– fue algo
así como el tsunami total, baktúnico, que lo arrasó todo. Con su llegada, el
paisaje de lo real colapsó por completo, y hoy es imposible saber a ciencia
cierta cómo era el mundo antes de su llegada. Los ancianos cuentan historias,
pero quién puede creerles. Yo mismo no les creo y eso que en rigor también soy
un anciano, si atendemos el hecho de que todavía alcancé a nacer en un mundo
preinformático, cuando los ordenadores personales no habían llegado entonces a
oficinas y dormitorios.
Por supuesto, uno
de los campos que fueron brutalmente redefinidos por la llegada de internet fue
el de los medios de información. Para empezar, los medios impresos que tuvieron
que abrirse a las nuevas tecnologías comunicacionales. Luego también nacieron
proyectos estrictamente digitales, formales o informales, como hongos en la
lluvia.
2/ En
América Latina y Centroamérica se han dado revistas y periódicos digitales de
notable calidad (también otros siniestros). Una cosa a celebrar de la cultura
digital es que permitió el advenimiento de proyectos de comunicación
periféricos–autónomos, que podían ser confeccionados con poca infraestructura y
sin colosales recursos dinerarios y humanos (en un país como el nuestro, algo
que se agradece). Son (algunos más bien eran) medios noticiosos y
periodísticos, ideológicos y políticos, culturales y de entretenimiento.
3/ Pasada
la exaltación inicial del periodismo de pantalla, se empezaron a ver los retos
asociados al mismo. En el caso de aquellos periódicos físicos que se abrieron a
la estructura internética, cuestionamientos complejos respecto a la simbiosis de
lo digital y lo impreso.
Yo todo
eso lo viví de primera mano. De hecho alcancé a escribir en los periódicos
antes de que fueran subidos a internet (un resto de notas mías nunca vieron la
web). Fue así como asistí a esta etapa experimental en donde los grandes
diarios –pienso por ejemplo en los españoles– probaban con modelos de negocios
que no hirieran su estructura impresa.
Muchos
de esos modelos fracasaron, por supuesto. ¿Cómo competir con la democratización
de los contenidos? Lo que puedo decir, pasados los años, es que no hay
fórmulas. Cada medio deberá encontrar la suya, y establecer una relación propia
entre papel y pantalla.
4/ En
relación a los medios puramente digitales, hemos visto cómo han vivido por su
lado una dosis de dificultades.
Algunos
–quijotescos, sofisticados, ricos en idealismo y heroismo mediáticos– no han
sabido aterrizar del todo en un nivel digamos práctico. Tienen limitaciones de plata
pues no han encontrado formas duraderas de monetización. El voluntariado, el crowdfunding
y el mecenazgo imponen un repertorio de obstáculos. Sin dinero, es áspero eso
de crear estructuras de salario dignas y tan difícil eso de pagar a los
colaboradores. Al principio puede que todo sea playa y sol. Todo amor y
florescencia. Pero luego brotan las inconsistencias. La calidad se torna –en el
mejor de los casos– sinosoidal, la regularidad porosa, la lealtad muy trémula.
Sucede
a veces que el medio trae a su nómina a colaboradores que tienen una agenda
editorial propia. Pero como nadie les paga, el medio no puede decirles mayor
cosa, y si se les dice algo, optan, llanamente, por retirarse (donde no hay un
cheque, desertar es de lo más sencillo).
Luego
ocurre con esta clase de medios que, como no pueden crear un contenedor
periodístico real, crean un periodismo de personalidades, lo cual a menudo es
un problema. ¿Qué pasa cuando estas personalidades ya no funcionan, o se van? Entonces
ponen a gatos, haciéndolos pasar por productores relevantes de contenidos.
Hemos visto proyectos cuyo pecado es que demasiado
puros: no quieren, por no sacrificar la liberté, entrar en el juego de la
política, la negociación editorial y las gredas del marketing. Esta vocación
por lo impoluto los salva en cierto modo pero a la vez los ahoga. Sin contar que
es una inocencia que con los años pierde su glamour ante el lector promedio. O
se montan a otra cosa, o quedarán bonsái. Los bonsáis son bonitos, pero no son
secoyas. El campo de energía de una secoya es tremendo.
5/ En
el extremo opuesto, están los medios digitales que son completamente burdos y complacientes,
que están amarrados a la agenda de lo banal, que dependen completamente de la
lógica del anunciante. La superficialidad y falta de seriedad que presentan no
tiene límites. Manufacturan notas que están hechas verídicamente con el culo, en
donde no hay arte de ninguna clase, que deberían ser vergüenza para quienes las
formulan. Si algo está asesinando al
medio periodístico digital es la nota de celeridad y de impacto fácil, así como
la hiperamigabilidad en formato y contenido. En términos de periodismo cultural,
el que yo practico, es simplemente horroroso constatar cómo la cultura ha sido
convertida en embutidos de chismorreo y cretinas llamaradas de tusa. Es para
ponerse a llorar. Uno
puede ser un medio liviano, pero incluso esa liviandad tiene que ser totalmente
seria, artística y estudiada. No se puede nunca olvidar que toda esta la imaginería
informacional que ponemos allá afuera dicta la manera en que los seres humanos procesan
la realidad / socializan con su ambiente.
6/
Los
hay muy logrados. Otros menos, posiblemente por problemas de identidad. En
efecto, los medios de comunicación digitales, como marcas que son, requieren de
una identidad definida y aplicada, y un concepto de diferenciación. A veces lo
tienen y a veces menos. Cuando no lo tienen, es el puro tanteo.
El koan es
este: ¿cómo pueden los medios digitales huir de la comoditización de los
contenidos cuando en su propia lógica de ser está encriptada dicha
comoditización? ¿Cómo crear intimidad en la hipercirculación? ¿Cómo se hace
periodismo de nicho y diferenciado en la era de la familiarización y
vulgarización compulsivas?
Bueno, sabemos
que no tener identidad –o tener una identidad fallida o deformada– no ayuda en nada.
Tampoco ayuda tener una identidad rígida. Es fácil osificarse en un set de
fórmulas periodísticas. Ya con
unos años de vida –que en la escala internética son eones– los medios digitales
deberán preguntarse cómo van a mantenerse fieles a su esencia –si es que se han
tomado la molestia de definirla– pero honrando toda vez la relevancia y la
significación como factores dinámicos y energéticos, incluso arriesgando su
fuerza en el tablero perceptual. Lo cual no es malo, porque es de hecho la sola
forma de adquirir una lealtad de público más madura y crítica.
Una marca que ya no arriesga nada es
una marca muerta. Aquí es un asunto de cuidar el patrimonio identitario del
medio, además del humano y periodístico,
pero permitiendo que morfe hacia nuevas posibilidades creativas. Y ello, por
supuesto, no es meramente echar mano de la ocurrencia y efectismo, por muy
retórica o gráficamente estimulante que sea. El efectismo desgasta como ninguna
cosa. Tampoco es poner toda la apuesta en el social media, que es una
herramienta difusora valiosísima, pero que no sustituye en ningún modo el
contenido como tal, ni puede darle integridad.
A veces lo que corresponde es
reenergetizar la definición del proyecto, y en otros casos recifrarlo
enteramente. De otro modo, perderemos el partido o nos ubicaremos en una
posición progresivamente más mediocre, mientras otras iniciativas irán
surgiendo–subiendo en el mercado voraz de la información. La frescura es
algo que se va muy rápidamente: cosas que antes nos parecían muy nuevas hoy nos
parecen cubiertas de telarañas. Medios
que en su momento eran besados por las audiencias, se han ido deshebrando en
términos de energía, y se les mira cada vez menos en la conversación pública.
De allí la importancia de moverse, y
para moverse en la dirección correcta se requiere un trabajo concreto de
direccionamiento, además de data y valuaciones reales. Admiramos las
plataformas de comunicación que,
presentando una identidad clara, también saben introducir cambios, y no siempre
populares en la primera vuelta.
(Buscando a Syd publicada el 3 de marzo de
2016 en El Periódico.)
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