Frágil Línea
Ser prostituta
es un oficio de alto riesgo. Cierta vez leí una nota que decía que si alguien es
prostituta en los Estados Unidos tiene 18 veces más posibilidades que la maten.
En Guatemala, será igual o peor. La cifra de meretrices asesinadas es
repugnante. ¿Por qué las matan? Porque en la prostitución hay siempre algún
dinero y liquidez; porque una prostituta es presa fácil; porque a nadie le
importa un comino el lumpenproletariat; y porque entre el sexo y la muerte hay,
a veces, perversos y poderosos vasos comunicantes. También hay que decir que en
cierto imaginario masculino guatemalteco y universal una prostituta es algo
siempre humillable y descartable, algo siempre asesinable (y luego hay que
decir que para ese mismo imaginario todas las mujeres sin excepción son prostitutas).
El pasado 16
de enero fue capturado el Bruja. En un video de YouTube aparece el pandillero:
se le ve enyesado (se me figura que le habrán dado una paliza) y caminando con
una muleta, trabajosamente. Pronto lo ponen ante la cámara, sin camisa, para
mostrar sus tatuajes, con un agente del DEIC en cada lado. Por caminar con la
muleta está jadeando, pero mira fijamente la cámara, como consciente de su
papel televisivo. La mirada es más interesante y más perversa que su complexión
(es más bien chiquito y panzón, y la melena negra ningún favor le hace). En el
pecho, el Bruja tiene tintado un escudo patrio (que alguna nota de la web me
informa que es de El Salvador, aunque él mismo sea nicaragüense). En la
espalda, le han diseñado una enorme mano cornuda. Él mismo está haciendo, con
su propia mano, el provocador gesto; uno de los agentes pronto se lo prohíbe.
Aquí no queremos entrar en frenologías dudosas. Nos limitamos a los hechos: el
Bruja tiene 32 años; se llama, banalmente, Walter Artemis Cifuentes Ortiz; las investigaciones
consignan que ha matado a por lo menos unas veinte sexoservidoras. En los
cuerpos de ellas se han encontrado señales de tortura: siendo un caso de
extorsión, también es uno de psicopatología. Se le llama el Asesino de la
Línea.
Yo conozco la
Línea, esa zona prostibularia que corre lúbricamente a un lado de la vía del
tren, en la zona 1. Es una sucesión de cuartos y puertas, de puertas y cuartos,
y allí están ellas, con sus minifaldas ultrasexis, vendiendo el cuerpo y los
cuerpos. Nunca he tenido el placer de acostarme con alguna, pero conozco el
lugar porque me invitó en su momento el director de cine Chema Rodríguez a filmar
un segmento de su documental “Las Estrellas de La Línea”. El documental, si
ustedes recuerdan, nos mostraba a un equipo de fútbol compuesto por puras
meretrices del área, y puestas a jugar en Futeca, lo cual creó alguna controversia
social. Estuve de hecho en ese partido de Futeca, escribí sobre ello en su
momento (“Las Estrellas de La Línea”, 23 de septiembre de 2004). Aparte de
estar en el partido, estuve en La Línea misma, en donde Chema me filmó mientras
leía un poema de Neruda a una de las trabajadoras sexuales, cosa que me gustó bastante.
Pero no habrá quedado muy bien, puesto que no llegó al corte final. No importa.
La experiencia general fue muy enriquecedora. Y triste, puesto que en un
momento, recuerdo, alguien pasó haciendo colecta: la semana anterior habían
matado a un transvesti, en una pensión del área, lo estaban velando allí mismo.
En otro columna (titulada “Creolina”, y publicada el 15 de julio de 2004) escribí
algo al respecto. Desmoralizante comprobar cómo, más de diez años después, estos
asesinatos perduran, como se ve en el caso de El Bruja. La Línea es frágil.
(Buscando a Syd publicada el 4 de febrero
de 2016 en El Periódico.)
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