Lengua (1)
El lenguaje es
un organismo cultural vivo, que ha experimentado majestuosas, luminosas
transformaciones.
Y sin embargo
habrá tenido una incepción muy oscura y densa. Surgiera acaso desde el fondo de
nuestra fisiología profunda como un puro grito, un mecanismo basal de sobrevivencia,
una forma primigenia contra la aniquilación. ¿Por qué otros animales no
parieron un lenguaje, un universo simbólico tan sofisticado como el nuestro? Hay
que atribuirlo a condiciones ambientales, proteínicas y neurofisiológicas particulares.
En todo caso,
ese grito, al principio desnudo, bárbaro, simiesco, enseguida fue adquiriendo
propiedades más asombrosas: un instrumento para comunicar con la naturaleza e
invocar sus favores. Relación mágica que de hecho se fue tecnificando:
manipulando el signo verbal, se afectaba la cosa y el ente, sobre el cual se
podía ejercer alguna clase de dominio.
Ni decir que
esto dio inicio a un proceso de instrumentalización de la realidad, que de esa
cuenta pasó a ser ordenable, habitable e intersocial. Es decir comunitaria.
Toda comunidad es lo cierto una comunidad verbal.
Por supuesto,
no estamos hablando de una mera comunidad verbal, sino de muchas, poblando las
extensiones y los tiempos. El lenguaje tiene esa propiedad babélica: se
fragmenta en lenguas y hablas. Sobre el espejo babélico, el lenguaje se habría
quebrado, dando como resultado una multiplicidad de dominios lingüísticos
insulares.
Las cruzadas
imperiales buscaron poner fin a esa atomización. Por supuesto, toda dominación
imperial exige la unificación mayor de la lengua. El orden concebido de la
polis depende directamente de la regularidad de la misma, y esa regularidad
requiere de gramáticos y verbalistas, que la uniforman y cristalizan. Todas las
grandes lenguas pasan por procesos de regimentación y moralización. Sin esos
procesos no podríamos de hecho entendernos, nos perderíamos en un laberinto de
dialectos.
Claro, el
problema de la codificación excesiva de la lengua es que la vuelve rígida, la
osifica y le corta sus corrientes creativas. Semejante sistematización apela a
menudo a una pretendida pureza. Y ya se sabe que cuando se buscan mucho las
purezas, surgen pronto los fascismos.
En un contexto
como este, rebelarse contra los consensos de la lengua es aconsejable. Es una
rebelión eterna. Aquí citamos al poeta argentino Juan Gelman, quien en su
discurso de recibimiento del Premio Cervantes dijo:
“Hace unos años ciertos poetas lanzaron
una advertencia en tono casi legislativo: no hay que lastimar al lenguaje, como
si este fuera río coagulado, como si los pueblos no vinieran
"lastimándolo" desde que empezaron a nombrar. Cuando Lope dice
"siempre mañana y nunca mañanamos" agranda el lenguaje y muestra
que el castellano vive, porque sólo no cambian las lenguas que están muertas.
La lengua expande el lenguaje para hablar mejor consigo misma.”
(Buscando a Syd publicada el 21 de enero
de 2016 en El Periódico.)
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