Hablemos Esperanto
Voy caminando rumbo al Esperanto –el
Espe, como le dicen los mamones– que es mi bar y el bar de mi barrio.
A esta horas, las calles están vacías, y
no son ya ese manglar de carros y motos de hace unas horas, esa cosa tipo
Madrás, en donde todo el mundo le saca a todo el mundo la madre, zumbido de
destrucción total.
En la banqueta me recibe el grupito de
conocidos que fuman y refuman. Hace años se fumaba adentro, y el Esperanto, que
es un huevito, se saturaba de un humo caliginoso, cuyo olor se le quedaba a uno
prendido a la ropa.
Luego de intercambiar bromas con estos y
con aquellos, entro al bar propiamente, cálido como siempre. Saludo a un viejo
amigo, entre la alegre penumbra, que come muchos nachos, bebe muchas micheladas,
legendarias del lugar.
Sigo mi trayecto, y no es una larga
marcha hasta la barra iluminada, donde pido a Víctor –tata del sitio– algo de
tomar, sin alcohol. Víctor, y su mano derecha, el sonriente Lester, siempre me tratan
con algún cariño.
Mientras Víctor me confecciona esa
bebida no alcohólica insisto en observar las paredes, decoradas con las mismas
fotos y posters de hace tantos años. Y sin embargo no es que Esperanto pueda
ser calificado como un bar del pasado, ya que siempre se está llenando de
nuevas caras y vibraciones. Jamás podría ir a un bar por nostalgia. Soy la
persona menos nostálgica de este mundo.
De otra parte, es cierto que Esperanto tiene
cosas que se repiten: rolas, rostros, lealtades, representada sobre todo por un
racimo serial de personas que son los de siempre.
Pero a la par de los de siempre (para
qué mencionarlos, si ya todos sabemos quiénes son) están esos otros que fluctúan,
y que sin embargo, a su modo, también han estado allí toda la vida.
Uno y otro grupo –cautivos y flotantes–
coexisten, sin problema. Entre los que formamos parte de la llamada Generación
X (y algunos previos, que apenas encuentran bares para gente de su edad en
Guatemala, y menos bares inteligentes) y ahora los millennials de segunda y
tercera emanación (o postmillnennials, también llamados, por mi persona, “emoticones”)
hay gradaciones intermedias.
Así pues, estamos hablando de edades que
oscilan laxamente entre los veinte y los cincuenta. Lo interesante es que no es
un mero bar de artistas, sino hay muchas otras profesiones también,
entremezclándose, y eso salva al bar de la endogamia.
Este encuentro es de lo más rico de
Esperanto, sobre todo en una ciudad en donde cada día es más difícil interseccionar, con todo y móviles y
plataformas sociales.
Ciertas cosas de plano no te las da el
Tinder.
Como sea, todos estos clientes aman
Esperanto. Hasta sirven tragos, detrás de la barra. De igual manera, son a
menudo los mismos clientes los que ponen la música, todo un detalle.
Hoy es martes de jazz, y el bar está un
poco más lleno de lo que me gustaría, lo cual de otro lado me gusta.
Algunos jazzistas han encontrado aquí
una auténtica casa, se inclinan a sus escalas arquitecturadas y fractalizantes,
con feeling y entrega.
Otro día serán los genios de Dr.
Tripass. O Primocaster. O el Leke o Dub Selector poniendo el sonido. La música
siempre destaca en Esperanto, no es esa mierda auditiva que ponen en otros
lugares nocturnos, herederos del peor gusto.
Por cierto que muchos de esos lugares ya
ni existen. Son bares–polillas. De corta vida. Sin longevidad. Sin mística.
Esperanto ha vivido (y ha vivido relativamente bien, especulo) durante varios
años ya, y eso porque es un bar orgánico –no busca adaptarse a ningún estilo,
salvo al suyo, que no es particularmente el de nadie– y porque siempre está ahí
para sus clientes, más allá de las ganancias, sin huirle a estas.
Conozco a Esperanto literalmente desde
que abrió. Es más: el primer texto que alguien escribiera de ese lugar lo
escribí yo. (En esa época la idea era sentarse en las mesas, y oír música de
unos audífonos colgantes, y la cosa no funcionó, por supuesto, porque lo que
uno quiere en un bar como Esperanto es oír música con –y través de– los otros).
Afuera de Esperanto me quedé tirado no
una sino varias veces, de la pura intoxicación. Luego dejé de beber, y ya no
regresé en muchos años al sitio, pero el año pasado empecé a frecuentarlo de
nuevo.
Ya sin quedarme tirado enfrente, entonces.
Quedaron atrás esos tiempos en donde los bares eran mi fascinación y escribía
poemas de los bares y lo único que conocía de los bares eran los retretes, pues
en los retretes me la pasaba peinando, eternamente, eternos pases, y leyendo,
sin esperanza, pobres pintas.
Actualmente no salgo mucho que digamos,
pero de salir, salgo a La Erre, o salgo a Esperanto. Son escasos los bares
actuales en donde se encuentra una casaca decente, y Esperanto es uno de ellos.
En efecto, he tenido buenas
conversaciones allí (desde luego, aburridas también). Yo, que no socializo,
socializo en Esperanto.
También es uno de los pocos bares en
donde uno, siendo abstemio, no se siente incómodo entre bebedores, y no es
presionado a beber, ni por los que allí trabajan ni por los que allí consumen. Tampoco
hay beodos insoportables, descalabrados, grasientos, testosterónicos,
transilvánicos, lábiles, junkies o malacopas.
Dicho esto, es seguro y será cierto que
mañana algunos de los circunstantes se levantarán de goma, y les costará ir a
trabajar. “El trabajo es la maldición de las clases bebedoras”, ha dicho Oscar
Wilde.
En la banqueta, la mara platica o
conecta, intercambia criterios y narrativas. Cada cual cuenta (y es) una
historia, mientras bebe una cerveza, un gin, un vino, un tequila, cualquier
cosa. En términos de comida y tragos, no encontrará el interesado ninguna
oferta de veras interesante. Pero lo poco que tiene Esperanto lo da con genuino
afecto, y eso lo convierte posiblemente en el bar más valioso de la Zona Viva,
en mi opinión. Los bares cumplen con una función social y cultural muy
importantes. Muchos, tristemente, no cumplen su función.
Viene más gente, y ya un poco ahogado de
socialización, me despido sumariamente, y procedo a reingresar a la calles
vacías de la ciudad, que mañana por la mañana se llenarán de comanches.
(Buscando a Syd publicada el 17 de
diciembre de 2015.)
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