Las Américas
El otro día que
fui a El Periódico me di cuenta que en Las Américas habían puesto semáforos. Una
era ha terminado, pensé.
Pero la verdad
es que esa era había terminado desde mucho antes. Hace rato que la Avenida de Las
Américas ha dejado de ser esa rosa vial, elemento dominguero de serenidad
burguesa, para convertirse, especialmente en la hora pico, en una auténtica patada
en los riñones. El crecimiento inmobiliario y la explosión del skyline, pero
además el hecho de que Las Américas es cada vez más un conducto dinámico a zonas
poblacionales densas y semisatelitales, contribuyen a su tráfico creciente.
Tanto carro no
ayuda a mantener la grave mística de aires liberales que se quiso allí
implantar, para celebrar el espíritu panamericano. Tampoco ayudan ciertos
detalles semisurrealistas, ya ballardianos, como el viejo avión anacrónico de
la Fuerza Aérea y, en su momento, inclusive, un platillo volador.
Visto desde
una perspectiva, la Avenida de Las Américas tiene mucho de cómica. Alguna vez
escribí un artículo que reseñaba con suficiente ironía sus plazoletas,
monumentos, bustos. Un recorrido que arrancaba desde ese pequeño falo –ese
falito– que es nuestro Obelisco, hasta la estatua engasada de Juan Pablo II.
Mi historia personal
–que es la historia también de cierta clase social– está unida a esta avenida y
sus sitios de ocio. Sitios como Pops, o el cine Las Américas. Aquel era el
paraíso edilicio y arbolado de mi infancia. A Hardee´s iba yo con mi madre, mientras
otros se subían a los caballitos de carne y hueso, que iban dejando tristes regueros
de caca. A mi hermana la pasábamos a recoger, creo recordar, a la heladería Scribona,
que era el lugar mamón donde se juntaban los teens de la época. ¿No había un
restaurante famoso, el de Vittorio? Innumerables cosas que antes existían –no
sé, un videoclub, un parque de diversiones, una pista de patinaje, un bar
llamado Danny´s– ya no existen, ya no son.
Más tarde hice
mucho skate en Las Américas y alrededores, y me emborraché y drogué perdidamente
en sus plazas, como lo hiciera igualmente en tantos lados de la ciudad. Noto
que la gente hoy en vez de chupar en Las Américas, más bien sale a correr y
saca a los chuchos. Y es que, con todo, Las Américas sigue guardando una
atmósfera de seguridad, de confort, de paseo burgués, aunque no ha escapado por
ello al crimen, al hurto, al propio sicariato.
En fin, estas
cosas venía pensando, mientras el semáforo me miraba con su ojo rojo.
(Buscando a Syd publicada el 18 de junio de 2015 en El Periódico.)
1 comentario:
Dannys... jajaja, una vez con un afaire que vivía en el edificio Santader fuimos allí... el chavo se vestía de Elvis y tenía un carro rosado... creo que alguna vez salió en el desfile Paiz... alagran que recuerditos...
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