'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







De la impaciencia

El último editorial–encíclica de Plaza Pública me ha dejado perplejo. Un medio que uno ha admirado en el pasado por su frescura y su energía y por atizar la vida social, ahora alertando vaticanamente contra la concupiscencia de la prisa y las tentaciones de la desesperación, con un optimismo moralista que saca un poco de onda. Y saca un poco de onda acaso porque nos recuerda la clase de paciencia crística que nos piden constantemente los propios políticos, cuando se suben al podio de prensa.
           
No es que se esté en completo desacuerdo con PzP, no es que no respetemos su punto de vista: está claro que hay compulsividades que lejos de sumar, intoxican, boicotean; así como está claro que la vasija pública es un proceso que requiere tiempo y construcción, o de otro modo se nos va a descalabrar a la primera. Vísteme despacio que tengo prisa, dice el adagio. Pasa que el editorial, atemperador, y hasta puritano, se queda manco en cuanto a que no sabe apreciar los poderes de la precipitación.
           
No nos impacientemos por sacar la impaciencia del escenario. Podemos elogiar la roja urgencia y la velocidad acuciada, incluso la explosiva desesperación, como modo de abertura. Vivimos en tempos que exigen, también posibilitan, mayor celeridad. ¿Quién sabe? A lo mejor llegará un momento cuando sincronía y diacronía se fundan en una sola singularidad, lo cual será más pronto que tarde.  
           
No está mal obrar de acuerdo a nuevos ritmos, más díscolos, en una era en donde esos ritmos ya son viables, y ya ni siquiera optativos. Lo que antes tomaba nueve meses para nacer, hoy toma tres. ¿Por qué compararnos a antiguos referentes de transformación, incluso inmediatos? Si es gracias a ellos que podemos movernos más rápido: movámonos más rápido, pues. Ciertamente el enemigo, en su amplio bestiario, lo está haciendo, de su lado. ¿Cómo no honrar la impaciencia, vamos, cuando los enfermos están dejando el pellejo en los hospitales, los ciudadanos en las calles? ¿No hay motivo allí para picarle? La entropía es un crudísimo hecho, y muchos realistas así lo atestiguan y difunden, y no todos para establecerse en un pesimismo seguro o prestigioso, como sugiere, al vuelo, Plaza Pública. Si no planteamos una imagen crítica y escaneadora de las protestas, lo más seguro es que estas terminarán irrevocablemente durmiéndose o burocratizándose en su propio idealismo amniótico, hasta caer en una atonía lerda, de beata esperanza. Tan importante como dar luz es dar sombra.
           
Menos mal que han existido en la historia, y existen hoy, y mañana, los urgentes, los desesperados. Sin pudrición no hay regeneración. La desilusión, el desencanto y la desesperanza son ingredientes vitales para el cambio: es una cosa que he aprendido de aquellos sabios budistas y de múltiples adictos que han conseguido salir del círculo vicioso de la droga. Por demás, grandes pesimistas han contribuido a hacer grandes transformaciones, porque, de hecho, hay una clase de pesimismo que es culturalmente creativo, no ornamental o estatuario.  

Al final, por supuesto, no es cuestión de ser optimistas o brutalmente realistas, sino de abrirse a ambas atmósferas, incluso al mismo tiempo. Se recomienda  ralentizar e introspeccionar, y hasta quedarse callado (callado como una bomba, diría la canción) como también se recomienda meterle locamente al pedal (con la sorpresa de que en ese fuego es posible hallar un enfoque y una calma). En combinar ambas posibilidades está, nos parece, el arte del cambio social.



(Buscando a Syd publicada el 25 de junio de 2015 en El Periódico.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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