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En efecto, las viejas estructuras–diques de las
naciones–estados están siendo fracturadas y rebasadas por los retos
planetarios. Por tanto necesitamos una nueva forma de pensar capaz de unir
puntos en el espacio, en el tiempo y en la consciencia. Eventualmente, una
federación geopolítica global será necesaria, una federación que, sin castigar
los rasgos diferenciadores y particularidades materiales y culturales, emita un
nuevo rostro paratribal. Aquí ya es una cuestión de trazar e integrar sinfónicamente
macrosistemas y súpercomunidades; de conectar espirales discretas en
totalidades cada vez mayores, con lo cual la complejidad y el sentido de
interdependencia crecen exponencialmente, hacia un gran mosaico.
Hay que añadir que en los momentos más altos de
la Espiral accedemos a niveles transpersonales que emanan espontáneamente
meta–redes al servicio de la conexión universal y el orden cósmico. Es el
reinado de la co–creación y el entendimiento holónico. De momento, no hace
falta extenderse mucho en ello, o se me acusará de fumar hierbas veleidosas,
cosa que no he hecho en exactamente trece años. Se ve que la tentación aquí es subir
y subir y ya no bajar. La fórmula correcta es: alas y raíces. No podemos dejar
de trabajar en función de las condiciones concretas de cada sistema. ¿Para qué
perder el tiempo en modos de desarrollo desarraigados e impracticables, cuyas
implicaciones son solo teóricas?
Termino esta sección diciendo que una de las
cosas más impecables que nos sugiere el modelo de la Espiral es que todos
tenemos derecho a ser lo que somos y a estar donde estamos, sin embargo
reconociendo la posibilidad, la necesidad, y la realidad evolutiva.
(Buscando a Syd publicada el 7 de mayo de 2015
en El Periódico.)
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