Gt (55)
Para no perder el humor, ser políticamente
incorrecto es completamente necesario.
El asunto es no pasarse. O bien pasarse, pero
con sabiduría y diseño, para que luego no hayan secuencias y consecuencias
estúpidas, perder la vida es un ejemplo. Ser irreverente no es ser
inconsciente, irresponsable. Hay que ser responsable de la propia irreverencia.
No podemos ser como los niños, y creer que nuestro humor flota por encima de
los karmas.
Hace un tiempo escribí una columna en dos
partes llamada Humores que matan
(encontrable en este blog) y allí dije:
“La ironía patológica se vuelve a menudo
conductora de un statu quo. Pasa por libre, sí, pero es reaccionaria, sirviendo
agendas inconscientes, incluso conscientes, de agresión, defendiendo
determinados centros fríos, en el interior de las personas y colectivos.
Podemos aceptar un poco de guasa y bullying, siempre y cuando no sea gratuito,
y surja en el contexto apropiado. Pero sin olvidar que, cuando todo haya sido
milimétricamente ironizado, lo único que quedará es una gran risa retorcida, en
un estéril osario.”
El posmodernismo trajo valores increíbles, pero
también trajo un lado furiosamente narcisista e inmaduro a nuestras relaciones
intersubjetivas. ¿Cómo es que, cuando los platos se quiebran, la culpa resulta
siempre exclusivamente del otro, esto es: del Tirano, del Prelado, del
Oligarca, del Comunista, del Presidente, del Narco, del Sicario, o quien sea la
figura del momento en la cual estemos depositando nuestras frustraciones
sociales?
Una posición cuyo locus externo no solo no quiere
ver la propia responsabilidad en la estructura general del problema cultural a
resolver, sino que además se vuelve convenientemente dictatorial en su modo de
señalar culpables. No es cuestión por supuesto de eximir a estos sujetos
sociales de toda culpa, cuando la haya, sino de preguntarse si no se necesitan
dos para bailar el tango, o como se dice, si no tenemos el gobierno–realidad
que nos merecemos.
A menudo tiramos la piedra y luego escondemos la
mano, y además con el cartelito conveniente de la libertad de expresión colgado
beatíficamente del cuello. La responsabilidad, no obstante, es interdependiente,
y es universal.
(Columna publicada el 5 de marzo de 2015.)
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