Gt (40)
Qué cantidad de registros experienciales
y alteridades ofrece Guatemala, lo cual da lugar, por supuesto, a muchos
contrastes –a menudo violentos. El turista estaba hace un ratito nomás en un
lugar muy cómodo e idílico y de pronto aparece hiperfluidamente en un paraje en
donde es evidente que las cosas no cuadran, son tristes, son feas.
No hay porque esconder estas
contradicciones, estos contenidos paradójicos: enzimas honestas de nuestra
realidad que van trabajando al visitante. Lo bueno y lo malo, lo santo y lo
nocturnal, lo significativo y lo moroso: no se enmascara nada. Es la rica tradición
de lo real maravillo (y más: de lo repugnante maravilloso) de la cual Guatemala
forma parte. Todo es a la vez onírico y completamente directo. Entonces el extranjero
tiene acceso a un espacio, que siendo un espacio de huida, de imaginación y de
magia, es angustiante como ninguno. Es una escapada, sí, pero una escapada a lo
real propiamente. En medio de la evasión hay encuentro, y en medio del
encuentro, ascensión profunda. En efecto, tiene eso de transformadora la
condición humana, incluso y sobre todo la más incoherente y necesitada. No hablo
de un zafio turismo de la pobreza –para nada– sino de algo de hecho más profundo,
más digno, que no consiste en hacer de la miseria una fantasía, ni tampoco
busca erigir en medio de la desdicha un parque temático. Evitar lo artificial
es extremadamente importante. Que la experiencia sea incluso acerba, pero que
no deje de ser genuina.
Guatemala bien puede ser para el amigo
forastero una auténtica manera de perderse y de encontrarse. Si está dispuesto
a ello, el peregrino está en posibilidad de recibir, de manera concentrada,
revelaciones profundas sobre su propia identidad. ¿Un eslogan? Aquí está: viajar
a Guate es viajar adentro.
(Columna publicada el 6 de noviembre de
2014.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario