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Existen
dos esferas de derecho y libertad que merecen ser reconocidas y expresadas.
Ambas son distintas, y por tanto no es cuestión de uniformarlas en una sola, o
de colapsarlas en una pálida medianía, pero sí de ponerlas a jugar dinámicamente,
y hacer que ambas añadan a su agenda de afiliación particular una agenda
integracional. Una agenda que no debe correr solo en ciertos momentos de
apertura urgentes o privilegiados, sino de hecho debe correr siempre.
Muchos
dicen estar por la paz y la avenencia, pero ello es solo del diente al labio. En
el fondo o inconscientemente lo que desean estos doctrinarios psicorrígidos es
mantener la guerra ideológica porque de ello depende su sentido de identidad
política, una identidad que no están dispuestos a soltar ni a abrir, o de otro
modo se quedarían vacíos, en una deriva para ellos insostenible.
Es
desmoralizante ver cómo, por pudores sectarios, los distintos bandos no están
dispuestos a empujar conjuntamente intereses nacionales que claramente
benefician a todos. Tales espacios de posibilidad consensual no son pocos,
contrario a lo que se cree. Pasa que, en este áspero modelo de izquierda y
derecha, tan codependiente como egotista, no hemos desarrollado la capacidad de
percibir estos espacios como oportunidades fluidas y reales de encuentro. ¡Una
orografía no analizada de coincidencia!
También estamos
hablando de algo más que un descafeínado ecumenismo político, al final
inoperante. No habrá real coexistencia hasta que comprendamos en profundidad que
debajo de nuestras expresiones y compromisos faccionados particulares hay una
vasta y activa estructura transideológica de la cual nuestras perspectivas solo
son instantes discretos.
Al final
nos damos cuenta que la verdadera guerra no es entre clases sociales, sectores
políticos, o roles ideológicos, como puede pensarse, sino más profundamente entre
códigos de valoración de la realidad que en su delirio han caído en alguna
forma de axiogonía exclusivista. La idea siendo descristalizarlos, para entonces
ponerlos al servicio de una metaperspectiva superior. Pero de todo ello ya
hablaremos más adelante, cuando hablemos con cierto énfasis del extraordinario
modelo de la Dinámica Espiral.
Termino así de
estudiar los valores que, en mi cruda opinión, pueden ayudarnos a expresar
nuestra identidad nacional. Ahora una pregunta me desvela: ¿qué cosa es
Guatemala?
(Columna publicada el 16 de octubre de 2014.)
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