'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Gt (29)

Nada hay de malo en la inocencia. Nada malo hay en el asombro, que libera las fuerzas pivotales de la curiosidad y la imaginación. En la inocencia hay un gran poder.

Siempre hay entidades que quieren hacernos dudar de todo, y devolvernos a un comportamiento paranoico–bestial. Seres mórbidos y contraídos, bandoleros al servicio de la ansiedad, agentes del terror molecular. Fueron ellos quienes trajeron la era de lo clausurado y la doctrina de la suspicacia abismal al país.

Hay una ley: el temor crea lo temido. Y nos hace responder a cualquier situación de la peor manera posible. Así es como generamos toda clase de perversos cagadales, conceptuales y prácticos. La paranoia es un parásito psicosocial muy resistente y muy poco refinado, y en este momento nos está hartando vivos.   

Urge desintoxicarse de la aprensión. Urge regenerar el tejido de la confianza. Restaurar la convicción. Lo asombroso es que todavía exista en esa carne trémula nuestra un resto de esperanza, autoestima y de carácter. Es hora de restablecer la total amplitud de nuestra asertividad y nuestro coraje. Lo cual supone intervenir el proceso de autocrítica tóxica, que divide nuestro capital intersubjetivo en mil pedazos. La baja autoestima es un cáncer de escala, en nuestro comportamiento nacional, y nos hace temblar por todo.

No es cuestión de volvernos temerarios y tampoco supersticiosos o fanáticos (todos odiamos a los fanáticos, sean creyentes o escépticos). No es cuestión de abdicar nuestra racionalidad, nuestra crítica o nuestra cautela. Ni de hecho renunciar a nuestra duda o nuestro miedo (son inteligencias). No tiene ningún sentido adoptar –ciega, dogmáticamente– dioses, deontologías o explicaciones. Solo estoy diciendo que, en la religión, en la ciencia, en la política, en todo, hay que abrirse al misterio y las posibilidades.

Levantemos los ojos, y veamos el firmamento, pues nada hay más repugnante que un cerdo sin sensibilidad vertical, sin un sentido profundo de admiración. Y luego miremos a los lados, en búsqueda del diálogo sempiterno con las cosas y con los seres. Algunos nos quieren pisar, es cierto. Pero no todos.


(Columna publicada el 21 de agosto de 2014.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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