'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







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Unos pueblos requieren más identidad que otros, o de lo contrario tienden a perderse en un limbo espectral, se desintegran en un maelstrom de autorepresentaciones, mueren en la batalla de las diferencias. Nuestro pueblo tiene una gran sed de identidad.

Para no entrar en una suerte de esquizofrenia disgregadora, necesitamos un espejo, una forma de reconocernos a nosotros mismos, y eso a través de un constructo unificado de pasajes geográficos, rituales económicos íntimos, productos simbólicos, etc. Más que nada, la identidad tiene un efecto ecualizador: todos somos iguales en relación al contexto cultural profundo que nos recibe.

La identidad es una pulsión generalizadora, pero a la vez distintiva, singularizadora. Permite a los miembros de una comunidad relacionarse consigo mismos, pero también con los otros como otros. Quien posee una identidad firme, reconoce y valora la identidad ajena, sin querer agredirla o succionarla mórbidamente.   

Hay toda clase de trastornos vinculados a la identidad nacional. Uno de ellos es la identidad estanca. La identidad siempre tiene que estar examinándose para no caer en una mera cáscara de sí misma, en un texto vacío. Por tanto, la crisis de identidad es importante para la identidad. El cambio cultural –esto es: la emergencia de lo inimaginable en el seno comunal– es un evento trascendental. La identidad es memoria (origen, respeto, tradición, historia, legado) pero también futuro (autenticidad creadora y quiebre). La identidad, o gramática colectiva, es sana cuando se nutre de alteridad, y no pretende haber agotado metafísicamente sus códigos.  

Estamos hablando de una identidad estable, pero viva. Una identidad que no cae en el vicio de la uniformidad y la alienación de sus miembros. No es como que vamos agarrar el machote liberal o maya o el que sea y vamos a colocar a todos allí dentro. Por demás, hay formas de identidad muy, muy baratas, como de plástico, como hechas en la factoría más putamente deshonrada de China. Así pues, identidad no equivale apenas a un vulgar anuncio de cerveza.

La identidad sana es más bien como un plexo común de diversidades que se sienten cómodas en un mismo espacio abierto.


(Columna publicada el 14 de agosto de 2014.)

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Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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