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Unos pueblos requieren más identidad que otros,
o de lo contrario tienden a perderse en un limbo espectral, se desintegran en
un maelstrom de autorepresentaciones,
mueren en la batalla de las diferencias. Nuestro pueblo tiene una gran sed de
identidad.
Para no entrar en una suerte de esquizofrenia
disgregadora, necesitamos un espejo, una forma de reconocernos a nosotros
mismos, y eso a través de un constructo unificado de pasajes geográficos, rituales
económicos íntimos, productos simbólicos, etc. Más que nada, la identidad tiene
un efecto ecualizador: todos somos iguales en relación al contexto cultural
profundo que nos recibe.
La identidad es una pulsión generalizadora,
pero a la vez distintiva, singularizadora. Permite a los miembros de una
comunidad relacionarse consigo mismos, pero también con los otros como otros.
Quien posee una identidad firme, reconoce y valora la identidad ajena, sin
querer agredirla o succionarla mórbidamente.
Hay toda clase de trastornos vinculados a la
identidad nacional. Uno de ellos es la identidad estanca. La identidad siempre
tiene que estar examinándose para no caer en una mera cáscara de sí misma, en
un texto vacío. Por tanto, la crisis de identidad es importante para la
identidad. El cambio cultural –esto es: la emergencia de lo inimaginable en el
seno comunal– es un evento trascendental. La identidad es memoria (origen,
respeto, tradición, historia, legado) pero también futuro (autenticidad
creadora y quiebre). La identidad, o gramática colectiva, es sana cuando se
nutre de alteridad, y no pretende haber agotado metafísicamente sus códigos.
Estamos hablando de una identidad estable, pero
viva. Una identidad que no cae en el vicio de la uniformidad y la alienación de
sus miembros. No es como que vamos agarrar el machote liberal o maya o el que
sea y vamos a colocar a todos allí dentro. Por demás, hay formas de identidad muy,
muy baratas, como de plástico, como hechas en la factoría más putamente deshonrada
de China. Así pues, identidad no equivale apenas a un vulgar anuncio de
cerveza.
La identidad sana es más bien como un plexo
común de diversidades que se sienten cómodas en un mismo espacio abierto.
(Columna publicada el 14 de agosto de 2014.)
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