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En términos genéricos, al guatemalteco no le
calzan muy bien los extremos. Siempre que desea jugar a extremista, a
figurante, le va mal, termina en caricatura, aunque no se dé cuenta.
La primera estructura moral que vamos de esa
cuenta a inspeccionar se llama “equilibrio”, se llama “ecuanimidad”. En efecto,
vivimos en un hervidero, en una torrentera de trastornos: financieros, ecológicos,
etc. Es hora de volver al propio centro. De allí podremos absorber el flujo de
nuestras diversísimas actitudes y realidades culturales sin dar la espalda a
ninguna o sobredimensionar a cualquiera.
Véase el propio país como un pabellón
psiquiátrico en donde los locos van dando tumbos neuróticos contra las paredes
tercermundistas, y se abren unos a otros la cabeza con inauditos objetos
contundentes, y los enfermeros también son parte de eso. Todos hemos perdido
por completo el sano juicio. Para mientras, sobrellevamos la farsa de que somos
los propietarios únicos y plenipotenciarios de la cordura y la armonía social. Sindicamos
al resto de paranoicos y perturbados, pero nosotros mismos estamos más chalados
que el Pelele.
No vamos a recuperar la estabilidad hasta que
aceptemos nuestra locura. Cuando me estaba tratando la adicción a las drogas,
me dijeron que yo estaba loco y me dieron una definición muy simple de locura:
falta de mesura.
Podemos decir asimismo que locura es darle un
énfasis desproporcionado a una perspectiva sobre otras. Ecuanimidad, por su
parte, quiere decir atender y respetar –sin privilegios arbitrarios– todos los
puntos de vista de la situación colectiva. El modelo es integral, y es justo.
Porque, después de todo, de justicia estamos hablando. La balanza no deberá
inclinarse en especial para un lado ni para el otro: se inclinará para el lado
que ofrezca más equilibrio en cada momento dado. Se entiende por demás que el
medio de una situación no siempre es el medio.
Flexibilidad y dinamismo son muy importantes. El
funámbulo nunca está quieto. Si deja de aplicar movimiento –por muy sutil que
sea– cae. En ese sentido, no hay nada más vivo, y excitante, que la sobriedad. Un
sistema fuera de balance está condenado a la desertización y la rigidez. Y la
rigidez, como se sabe, es el maquillaje de la muerte.
Otra cosa: equilibrio no significa medianía,
mediocridad, apática neutralidad. Curiosamente, el equilibrio nos da la
capacidad de meternos a las situaciones más increíbles, tumultuosas y
desproporcionadas, y salir intactos, sin derrapar.
El equilibrio nos da, paradójicamente, el poder
de la desmesura.
(Columna publicada el 7 de agosto de 2014.)
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