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No explicaré aquí lo que es un valor, lo
que es una ética, no acabaría. Me limitaré a decir que los valores son las
estrategias que estructuran nuestra más elevada operatividad y dignidad. En
términos nacionales, los valores compartidos hacen posible que el individuo
armonice con su entorno, y que el entorno armonice consigo mismo.
Son necesarios para darle al proyecto
nacional cohesión y lealtad cultural, para que no estalle en pedazos y celdas
de caos. Los valores configuran un territorio interior y conductual a la vez
dinámico (pues estamos hablando de principios abiertos y creativos) y
metahistórico (pues no está basado en meras respuestas coyunturales).
Cosas extrañas, los valores: siendo
subjetivos, relativos e intangibles también tienen una realidad cultural
medible. Siendo productos ideales o espirituales también poseen una dimensión
práctica, y están llamados a catalizar y generar acción concreta. Median entre
la identidad y la conducta, entre lo que somos y lo que hacemos, dándonos una
pauta de congruencia entre lo interno y lo externo, entre lo individual y lo
colectivo.
También es correcto decir que los
valores son puentes entre la identidad potencial y la actualizada. Los valores
confirman en el dominio de la experiencia nuestra naturaleza cultural
abstracta: no solo la reflejan, además la construyen, dinámicamente.
La idea sobre todo es dar con un código
de valores que puedan ayudar a sanar y elevar nuestra inteligencia colectiva,
nuestro capital ético–nacional, y rindan al país consistencia y dirección
continuas.
Buscamos valores que le funcionen a
todos los sectores e idiosincrasias del país. Habrán valores más cercanos a
unos guatemaltecos que a otros: lo imprescindible es que la lista le funcione
globalmente a todos. Por demás, habrán valores más masculinos, por llamarles
así, y otros más femeninos, por así llamarles.
(Columna publicada el 24 de julio de
2014.)
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