Gt (23)
La propuesta
es que botemos la estatua de Tecún Umán, y pongamos una estatua de los gemelos
divinos, los hermanos Hunahpú
e Ixbalanqué, hijos de Hun–Hunahpú y la doncella–virgen Ixquic.
Cazadores y pendencieros
sagrados, son ellos quienes
nos han regalado nuestro mejor relato heroico.
Podríamos buscar durante milenios en
todo el paisaje cultural maya, colonial, criollo, mestizo y posmoderno, y no
encontraríamos mejores héroes que estos héroes que ganan sus batallas jugando,
con inocencia, ingenio, coraje y humor. Y en tándem: juntos pues.
No son el tipo de superhéroe fornido,
sacrificial o ideológico. Hay que percibirlos más bien compactos, ingeniosos,
ágiles, medio cabrones y difíciles de timar, porque ellos mismos son los
últimos timadores, los últimos tricksters. Con estas cualidades, nuestros
cerbataneros y jugadores de pelota escapan del intenso bullying de sus hermanos
mayores (a quienes convierten en monos); derrotan al pretencioso Vucub Caquix;
y superan las intensas pruebas impuestas por los Señores Neuróticos de Xibalbá
(que, como se sabe, no eran buenos perdedores). Los gemelos inclusive resurgen
de las cenizas de la muerte, y consiguen engañar y someter a los dioses
inframundanos. Luego de múltiples aventuras de picaresca mitológica,
eventualmente se transforman en el sol y en la luna, asumiendo plena divinidad.
Erijamos una estatua de los gemelos, no
para copy/pastearlos, sino porque ellos nos recuerdan grácilmente los valores
de la autenticidad, la integridad, la libertad y la justicia. Sin esta clase de
valores, no sobreviviremos a nuestra propia historia. Valores como estos son
los que nos hacen héroes.
(Columna publicada el 10 de julio de
2014.)
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