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De otro lado,
hay que entender aquí que nuestra rigidez identitaria ha adoptado un carácter
patrilineal. De manera que cuando nuestro espíritu guerrero –profundamente
masculino– se une con nuestra intensa inercia atávica eso se traduce como
patriarcado. Es la tradición de la violencia –resentida, miedosa, fanática,
maniquea, iracunda– y nuestras mujeres son por ello las más agredidas. En
general es lo que asesinamos, culturalmente: el espacio femenino, imaginativo, horizontal,
de la vida patria.
En eso de la
intimidad, somos totalmente subdesarrollados. Podríamos ser individuos
abrigadores de tiempo completo, seres cuidadores y receptivos, pero la
tradición de la agresión se ha sobreimpuesto sobre nuestra delicadeza, por un
lado, y por el otro sobre nuestro sentido de resistencia y sacrificio, un rasgo
muy admirable (siempre y cuando no se convierta en martirologio y autoflagelo).
La violencia verticalista, unida a nuestra sempiterna indiferencia cínica, explica
por qué siendo tan gregarios somos incapaces de crear movimientos,
organizaciones y manifestaciones que de veras transformen el imaginario y orden
social.
En esta
cultura patriarcal, lo único que nos sacude y nos importa es el éxito y el
poder, con su solemnidad, su falta de humor sano, su gravedad basal. Esa
gravedad es el medio de cultivo de dictadores y represores y en general de
tantos paisanos–Napoleones que siempre quieren llevar la razón y regimentar
demagógicamente los espacios de los demás.
Lo mejor que
pude haber hecho, a los veinte años, es irme emputado de la casa paternal: no
hay cosa más urgente que matar al padre. Hay personas, en este país, que a los
treinta todavía cohabitan con sus viejos y viejas y hablan y actúan como ellos.
Es triste y una vergüenza.
Y cuando por
fin se van, los jala la (asquerosa) querencia. Es decir: nunca se van del todo.
La otra vez,
estando en un restaurante (supuestamente contemporáneo) de la zona 10, me di
cuenta que la música que tenían allí puesta era música de hace más de tres
décadas. El puro cáncer de la nostalgia.
(Columna publicada el 26 de junio de 2014.)
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