'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







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Seguir es lo que nos gusta: sigamos pues.

Tradiciones mayas, criollas y mestizas: las hay para todos los gustos. Nos cautiva lo milenario y lo que huele al armario de la abuela. No cambiamos mucho ni rápido, aunque para decir lo justo, cuando por fin cambiamos, el cambio es solido, no es aire.

Pareciera que el mundo del guatemalteco es uno muy definido, excesivamente estable. Incluso como ruptores somos tradicionalistas –y no aceptamos que alguien difiera de modo distinto. El guatemalteco siempre quiere redimirse a sí mismo a través de la continuidad. No hay ninguna cosa demasiado repentina en el llamado chapín: el connacional ama las configuraciones inalterables, paternales, incluso las que odia, incluso aquellas que lo tienen de rodillas. Eso le hace un ser constante, por un lado, pero por el otro le convierte en un inmovilista, y asimismo en alguien que inmoviliza al vecino. Sencillamente no le gusta que avance, incluso adora que retroceda. Lo de la olla de cangrejos es completamente real, pasa que es una analogía que a veces se utiliza tendenciosamente para alejar la crítica, y eso tampoco lo vamos a permitir. Por demás, refrenar la crítica también es una forma de ser “cangrejos”.

Añadamos que el guatemalteco es ligeramente xenófobo, en el sentido genérico de que desconfía del Otro pues trae aires de alteridad (“¡injerencia extranjera!”, exclaman, violáceos) y porque el Otro es aquel que le refleja sus propias inconsistencias. Un ejemplo: da risa, es decir tristeza, cuando el guatemalteco se pone a hablar tanta mierda de los mexicanos (más recientemente de los suizos).

Por supuesto, aquel que se atreva a salir del orden establecido será inyectado con una amarillenta dosis de culpa. La culpa heredada y colectiva transforma diabólicamente la pureza de un pueblo en un puritanismo degradado y artificial.


(Columna publicada el 12 de junio de 2014.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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