Gt (9)
No seamos ingenuos, o nos van a hartar
vivos.
La ingenuidad posee muchas expresiones
indeseables: el idealismo de mentecatos; la beata timidez a la hora de analizar
las cosas; el continuo vivir en negación, que no es otra cosa que ignorancia
cómplice. Ingenuidad también es maniqueísmo: discapacidad para capturar los
múltiples sentidos, grises, claroscuros, de cualquier situación dada.
Es porque somos ingenuos que ponemos vida
y voluntad en las manos de los peores poderes, las más abominables personas, los
funcionarios más basura.
Nuestra fantasía es que otros se hagan
cargo de nuestras vidas, en plan providencial, y nos arreglen el karma. Sin
renunciar por completo a nuestro locus externo podríamos empoderarnos y dejar
de vivir como parásitos. En cambio tenemos eso de doncella que desea siempre
ser rescatada, y a la cual siempre acaban rompiéndole el corazón.
En el fondo lo que le gusta a nuestra
doncella es pasarse la vida con el corazón cortado en tiritas, acuartelada en
una sempiterna modalidad de víctima, culpando telenovelísticamente al prójimo
de cualquier cosa que pueda estar o no ocurriendo, y morirse de amor, como la
del poema. Criticar en este contexto es un modo artero de no asumir la obligación
de transformar nuestra situación individual y colectiva: la vida y el mundo,
que por supuesto requieren ser cambiados.
La peor tragedia para la doncella sería
que de veras la rescatasen, porque entonces ya no contaría con una coartada
para seguir infantilmente llorando, y tendría que enfrentarse al siempre
incómodo hecho de que es ella y nadie más la responsable de sus propios malditos
orgasmos.
(Columna publicada el 27 de marzo de 2014.)
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