'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







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¿No somos los guatemaltecos más bien inocentes? No lo digo por criticar: semejante apertura no es por fuerza un defecto. Uno podría decir que, en velocidad y en albur, los mexicanos nos dejan hechos un chirajo. No lo digo por alabar: semejante acrimonia no es por fuerza una virtud.

Lo vemos en ciertos compatriotas: la tersura sin predicamentos, la curiosidad sin putrefacciones, la candidez sin ideologías. Esta misma inocencia es la que nos hace tan creyentes y tan confiados. Lo cual, como ya dije, no tiene por qué ser necesariamente malo, aunque los señoritos de la razón y la prudencia van aquí a disentir. Si disienten es porque han perdido cabalmente esa frescura o asombro virginales. Detestan tal espontaneidad por no poder experimentarla ellos mismos, del mismo modo que un impotente no puede experimentar una simple erección.

Volvamos aquí a la monja blanca y el quetzal: símbolos delgados, que antes me irritaban profundamente. Yo me preguntaba: ¿cómo vamos a hacer un país fuerte con imágenes tan dulcemente aplastables? ¿Cómo puede el quetzal, ese pájaro tan menudo (“tan hueco”) elevarse por encima del cóndor o el águila real?

Y en efecto, el quetzal nunca se elevará por encima del cóndor o el águila real, porque tal no es su función. Ni es su función ni es su esplendor. Su esplendor radica más bien en su compacta beldad; su fuerza en su preciosa delicadeza; su altura, en su discreta intimidad. Hay algo sagrado y puro en un quetzal: es algo que sabían muy bien los antiguos. No podemos dejar que esa pureza se transforme en craso puritanismo ni esa inocencia luminosa en pura ingenuidad.


(Columna publicada el 20 de marzo de 2014.)

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Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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