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Hemos analizado algunos rasgos propios del
guatemalteco. Es un trabajo importante, el de autoconocimiento, y la sola
manera de sanar nuestra herida cultural. La idea es aprender a ser lo que somos
de un modo consciente. Actualmente no somos lo que somos, o lo somos de un modo
superficial, sin duda patológico, pobremente soberanista. Equivale a decir que
nuestros potenciales no han sido debidamente explorados y liberados.
El primero paso consiste en reconocer nuestras propensiones
profundas. De esas mismas disposiciones se desprenderá acaso una axiología de
veras nuestra –una colección interpersonal de principios organizadores– que nos
permita actualizar el proyecto común. Llegado el momento podríamos incluso aventurar
–humildad de por medio– una definición nacional abierta, y preguntarnos cuál es
de verdad nuestro propósito compartido y cuáles las mejores estrategias para
derivarlo.
El legado posmoderno y también el sano juicio
nos recuerdan que ya no hay lugar para las agendas de dominación particulares,
los discursos autorreferenciales, las direcciones cristalizadas de grupos
coercitivos de poder, ni para las definiciones absolutas y parusías sociales. Corresponde
más bien encontrar un modelo que integre dinámicamente todas las perspectivas–semilla.
Tiendo a creer que hay corrientes básicas de identidad que pueden confluir en
un consenso orgánico y natural.
Así pues, en los futuros párrafos seguiremos
profundizando en el territorio de nuestra identidad. Para ello nos dedicaremos
a investigar cuáles son las sensibilidades cardinales encriptadas en nuestra
cultura.
(Columna publicada el 27 de febrero de 2014.)
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