Gt (1)
Si yo le pido a Vd. que me traiga un
gramo de Guatemala, un gramo de guatemalidad, muy seguramente lo pondré en
problemas.
No faltará, eso claro, algún iluso que toque
a mi puerta y me traiga un gramo de fibras extraídas del pigmento azul de una
bandera nacional, o bien ponga en mis manos un gramo de tamal o chuchito o un
gramo del agua del lago de Atitlán. Así somos de burdos.
El año pasado escribí un texto llamado “Tú
nada comprendes, chovinista” (el título nace de una frase de Cardoza). El mismo
lo encuentran ustedes en mi blog Salivario. Allí abordo, entre otras, una
cuestión evidente pero delicada: en última instancia, lo nacional no existe, es
una abstracción.
Cito aquí el mentado texto: “La gente –que no gusta tanto de las
abstracciones– va construyéndose su patria a puros olores, comidas, imágenes y
tal: la patria como fiambre, como bebida fermentada, como cántico de estadio,
como accidente topográfico.”
Pero incluso como abstracción, como
pretensión metafísica o histórica, la patria es imposible: “¿Qué es la patria?
¿El DPI (antes la cédula)? ¿Un símbolo patrio? ¿Lengua o idioma? ¿Es acaso un
mártir? ¿Un prócer? ¿Cierta selecta geografía? ¿Una frontera? ¿Una historia que
comparten los muertos (y luego los vivos re–viven, re–asumen tantálicamente
para sí mismos)? ¿Un porvenir irrealizado? ¿Un karma?”.
Y desde luego añado:
“Todo eso es deconstruible; nada es mejor
por ser propio; lo propio nunca termina de existir.”
La identidad colectiva, en rigor, no existe,
salvo como consenso, por tanto como ficción. Además podemos decir que hay
tantas Guatemalas como guatemaltecos, y muchas más.
(Columna publicada el 9 de enero de 2014.)
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