Venimos a bailar
Ya diciembre nos hizo a todos huérfanos: nos ha quitado a Mandela.
Mandela: trajiste de la tribu la lanza guerrera, poniéndole en la
punta el acero del perdón y la reconciliación. Abogado de los nuestros, ser de
saberes, qué puño sano, el tuyo, qué hombre más vertebrado fuiste, en tan
pequeño cuerpo, de pájaro delgado. Qué ironía que hoy te celebre el universo,
boxeador, cuando ayer eras el comunista de las gacetas del odio.
Se abre la puerta: son ellos, los gibosos, vienen a llevarte,
porque traicionaste a los traidores. Tragaste la tos de la injustica durante
veintisiete largos años. Y sin embargo siempre fuiste el más libre, con prisión
o sin ella, en la clandestinidad y en la gloria.
Saliste de las cárceles con una sonrisa en el rostro (qué manera
de sonreír al gobernar, de gobernar al sonreír). Maestro de la dignidad, menudo
gran hombre, de tremenda mujer acompañado. Trabajaste duro por terminar ese
largo mandarinato sin sentido, por cancelar el África hipotáctica, encadenada,
de aquellos seres leporinos y sin alma que bajaban a tiros a los negros
mientras sus esposas blancas se ponían la lencería del desprecio y limpiaban la
cristalería del racismo; o de los africanos de color que quisieron convertirse
ellos en los nuevos amos, quemando cuerpos en la noche.
El partido del racismo no acaba, pero nos legaste, Madiba, el
mandala de la igualdad. Tu cadáver tiene estatuto de horizonte. Todo el África
y el mundo respiran por la gracia de tu levísimo corazón despejado. Así que abre
la puerta: esta vez somos nosotros, los huérfanos, venimos a bailar. Con el
canto de todas las razas, te llamamos. Ya lo hemos votado, uno a uno, y te
queremos de regreso, Presidente.
(Columna publicada el 12 de diciembre de 2013.)
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