La ciudad se ahoga
Día uno.– Voy a ver la ciudad, desde
la terraza. Un viento ominoso estremece los árboles.
Día dos.– Un pájaro verde se estrella
contra la ventana, y ahora tiene la pata rota. He procurado ayudarle, pero ha salido volando.
Día tres.– Hoy por la mañana vuelvo a
salir a la terraza y compruebo horrorizado que la ciudad está inundada: todo hundido
bajo múltiples metros de agua.
Día cuatro.–El nivel de agua sigue
subiendo. Llamo a un amigo para preguntarle qué está pasando. Me responde: «Es la mezcla del mal karma
colectivo de la Nueva Guatemala de la Asunción + la pésima voluntad de Dios +
el calentamiento global, ahora llamado cambio climático, que ha derretido los
casquetes polares».
Día cinco.– El agua ya se ha tragado
por completo el edificio del Call Center y la Embajada de México. CL6 y yo y la
gata estamos preocupados. La comida se nos acaba. Oímos las noticias en una
pequeña radio portátil.
Día seis.– Sobre la urbe hay una
espiral de maldición, que arranca los árboles, destruye las ventanas y
edificios, emana olas vehementes y tropicales de agua y basura, débris caótico,
láminas de zinc, carros flotantes con conductores petrificados dentro, niños
muertos y descalzos, y algunos, inexplicablemente, son filipinos. Los vivos
piden agua y ayuda humanitaria, o se dedican a matar a los otros vivos, por un
poco de comida, y a saquear las tiendas por una tele de plasma, que de todos
modos está mojada y no sirve.
Día siete.–Las comunicaciones se han
cortado por completo. La comida se ha acabado. El agua está a punto de llegar a
nuestro piso. Vemos CL6 y yo y la gata nuestro último atardecer de noviembre.
(Columna
publicada el 14 de noviembre de 2013.)
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