Escribir por gusto
El dinero no da
razón suficiente para escribir. Y escribir nunca da suficiente dinero.
¿Qué hay del
placer de la escritura? Eso viene y va. Yo he sentido y siento algo muy
agradable, a veces, cuando redacto, pero con ello co–emerge siempre una cierta
dosis de sufrimiento, de franca irritación (especialmente con las novelas).
¿Poder? Mis
textos no ejercen ninguna influencia real sobre ninguna persona. Nadie toma
demasiado en serio lo que escribo, y menos mal. Uno es el bufón más insignificante
de la corte, y menos mal.
De la fama ni
hablar. El escritor hace mucho que dejó de ser una figura social de relevancia.
En el propio caso, se puede decir que he ganado cierto afecto por parte de unos
(oscilan entre diez y quince) lectores contemporáneos (aquellos del pasado y
del futuro no existiendo) pero eso palidece en comparación con el desdén,
merecido o injusto, con que lo categorizan a uno.
Y todo bien. Escribir
por gusto mantiene la práctica literaria más decente. Y no es que escribir por plata–placer–poder–prestigio
sea algo esencialmente malo, como rezan los puristas (que suelen ser los mismos
que no han ganado un certamen en la vida) pero está claro que allí falta algo.
Debe darse lo
significativo. Prefiero una literatura mal escrita, pero con espíritu, a una
literatura incluso virtuosa, pero vacía.
Se escribe por
gusto, es decir inútilmente, y es decir por amor.
Porque cuando decimos
gusto no significa apenas satisfacción, gratificación (aunque asimismo) sino
sobre todo hablamos de la literatura como una afinidad, una propensión o
apreciación muy honda, misteriosa e inexpugnable.
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