El individuo Jobs
Desde su estatuto de individuo, Steve Jobs manufacturó una auténtica conmoción colectiva, que no fue solamente empresarial sino además cultural y planetaria.
¿Es que un cambio social de
calado puede nacer así, de un particular sujeto? Se podría argumentar que todas
las traslaciones colectivas profundas demandan la concurrencia de muchos. Lo
mismo aplicaría a la revolución de Steve Jobs; aún así, lo cierto es que en
esta revolución él fue de una singularidad innegable.
Fueron sus características
tan personales –y no todas beatas, aclaremos– y el modo particular de
combinarlas lo que hizo el milagro: el genio sistémico, el hiperenfoque
compulsivo, el amor incondicional a la forma y al diseño, la inteligencia
corporativa, la obcecación arrogante y aristocrática (diríamos sheldoniana), la
rebeldía infalible, la hijadeputez proverbial.
Todo eso nos trajo la revuelta
del computador personal, del piensa diferente, y de la cultura digital
integrada. Algún día lo veremos como uno de los padres fundadores de la
transhumanidad pragmática.
Tampoco es que vamos a negar
su lado sombra. Mucho del modelo actual
de obsolescencia planificada se lo debemos a él (vimos hace poco a todas
esas cándidas reses, haciendo cola en el matadero del IPhone 5). La guerra
venérea de los móviles, sistemas operativos, artefactos informáticos en
perpetua poscarnación: también eso es fue Jobs. Él como nadie representó el
capitalismo debordiano y espectacular.
Pero nadie ha de negar que
Steve Jobs nos ha mostrado cómo la individualidad concentrada puede crear atronadoras
ondas globales.
(Columna publicada el 3 de
octubre de 2013.)
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