Caballo blanco
Siempre hemos estado interconectados, pero nunca como ahora. Está clase de interconexión pide por un lado apertura, por el otro intimidad.
Es por lo
mismo que el caso de Snowden es tan complejo. El suyo fue un grito quijotesco,
mártir, arriesgado, punk, que le costó la patria, con todo lo que ello implica.
Encrucijada casi bíblica: por defender la privacidad del ciudadano, tuvo que
darle la espalda a la privacidad gubernamental. ¿Quiere decir eso que el principio
de la privacidad aplica acá no, y allá sí? Por otro lado, ¿es verdad eso que ha
dicho Obama: que Snowman tenía a su disposición “otros canales” para externar
su disentimiento?
Lo seguro es
que el espionaje, tolerado en los años subsiguientes al 11–S, hoy es visto con
ojos más escépticos. Hemos sido expuestos a conocimientos que antes estaban
profundamente encriptados, negados a las consciencias de a pie. La información
está en proceso de liberación. La queremos cada vez más disponible, menos
hooveresca.
Obama sabe que
no puede seguir jugando a centinela y practicando el espionaje telefónico y
digital bajo un marco redentorista, como hace unos años. Los programas de
espionaje ciudadano, fuera de orden judicial, participan de algo sumamente
incómodo, y de allí que Obama esté hablando de transparencia. Por otro lado, tampoco
puede darle la espalda a una tradición –la del espionaje– que es tan americana
como el pavo de acción de gracias.
Obama procura
salir en caballo blanco de este sucio asunto, pero mientras no absuelva a
Snowman –cosa que obviamente no está en condiciones de hacer– todo queda en
retórica farisea y damage control.
(Columna
publicada el 15 de agosto de 2013.)
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