Odiosa deuda
Los magros ciudadanos
de este planeta hartamos deuda cada día. Vivimos en un mundo deudar. Las curvas
van subiendo en sociópata estadística. Es un amalgamiento de tablas
preocupadas, números asfixiados, mapas comparativos más bien obscenos, que
presagian sepultura global.
No es que yo
entienda tampoco de estas cosas. La macroeconomía y las finanzas públicas son
asuntos para mí criptoesotéricos. Para eso están los tecnócratas, me digo. Pero
no me lo digo mucho, porque los tecnócratas es que también la terminan cagando.
Para no ser
“morro al agua” –como diría mi cuate el cuidacarros– quizá debí estudiar un
tanto mejor las robustas nociones económicas que en el colegio intentaron
impartirme. Pero sepan que he sido siempre mediocre de estudios, y lo único que
recuerdo de aquella época opaca es eso que dijo Keynes: “A largo plazo todos
estaremos muertos”. No deja de ser cierto, pero como formación económica es más
bien insuficiente.
Admitida mi
ignorancia en la materia, me atreveré a externar mi humilde opinión: la deuda
es un mal camino para pagar las deudas, y para pagar los caminos. Ese combo que
el gobierno nos quiere meter a puro huevo califica, en mi pensar, de “deuda
odiosa”. Eso de “deuda odiosa” es expresión que aprendí en los últimos días, y
que siendo tan técnica también es redundante, pues técnicamente todas las
deudas son odiosas.
En particular,
las morales. Porque de esas nadie escapa. Si a algo hay que tenerle respeto es
a los acreedores kármicos. Alguien tiene que decirle al General Poroto, y a sus
tecnócratas de plantilla, que hay agujeros más oscuros que los fiscales.
(Columna
publicada el 8 de agosto de 2013.)
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