Rayuelizados
Bien rayuelizados: es decir
rayuélicos: es decir como rayuelantes. 50 años de la infinita novela del big C.
La edición que poseo es –ya se diría– un incunable, una reliquia, sus hojas se
han desprendido todas, simplemente reafirmando la naturaleza y la intención
desgobernada, libre, del libro.
Llegaba yo corriendo a casa después del colegio para seguir
leyendo la cosa. Todo el maldito día esperaba ese momento. Cortázar era mi Balzac.
Y Rayuela a no dudarlo la novela / fórceps que extrajo de mí ese beato feto
létrico nacáreo juguetón y oscuro con el cual me pongo a jugar a veces cuando
juego con mi laptop.
Triste no poder leer una obra por primera vez muchas veces. Pero
Rayuela no entra en esa lógica. Rayuela es la clase de libros que uno puede
leer (y uno leyó) por primera vez infinidad de veces; el libro se renueva, se
neologiza de esa manera.
Es bastante cierto que no he visitado en muchos años esta
obra–gurú, pero siento que su luz de supernova gramatical cruza el universo del
tiempo hacia mí, con indisminuído fulgor, sigue impregnando mi visión
narrativa.
Se podría decir que Rayuela es la novela más importante de América
Latina sin caer precisamente en el ridículo. Ridículo quien no esté dispuesto
por lo menos a considerarlo. Tiene esa clase de calibre, de suficiencia. Por
esnobismo es que algunos postreseñistas se guardan de celebrarla mucho. Pero es
que hay que celebrarla mucho. 50 años, y el libro está allí, al filo de todo. Dudo
que haya una novela reciente que se le pare–compare en ruptura, creatividad y tradición.
Que me perdonen los de Bolaño, pero es la puta verdad.
(Columna publicada el 11 de julio de 2013.)
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