Los demás
Nos gusta el
título del último libro de Eduardo Villalobos: Los demás. Implica, es claro, una distancia, una quizá extranjería,
pero pronto nos damos cuenta que se trata de una extranjería falsa, puesto que los
demás, sin remedio, somos nosotros, sin remedio. Como dice la frase rotunda de
Rimbaud: “Je est un autre”. Es algo que se sabe a gritos. Así pues, en esta
obra, Eduardo Villalobos pasa a ser muchas personas, y muchas personas pasan a
ser Eduardo Villalobos. Este no es un libro que enhebra escenas desde lo ajeno.
Busca algo muy superior: la intimidad, la pura y sucia connivencia poética.
Así como nos
gustó el título de la obra toda, nos gustaron los títulos discretos de los
poemas, sobrios o surreales, tan solo magníficos, títulos como: “prostituta
mirando un asteroide”, “mesa y rocola sobre fondo rojo”, “mujer viendo su
perfil en facebook”, “hombre bebiendo a la manera de su padre”. Son títulos de dibujante
o sutil retratista, que es lo que Eduardo es, verbalmente hablando. Retratista,
para empezar, de la cotidianidad. Se hunde en lo ordinario, para descubrir en
ello lo hondo y lo humano. Esa cotidianidad hebdomadaria es sobre todo
angustia: rutina desolada. Villalobos es maestro para dibujar las rutinas de la
desolación.
“Los demás” es
un libro sutil, sí, humano, sí, y desmoralizante, cómo no. Allí está la callada
desesperación de las masas, del amigo Thoreau. Lo doméstico y su violencia. Y
la dura soledad. La soledad sola, la soledad en pareja, la soledad en familia,
la soledad social con o sin clase. La gran indiferencia de unos hacia otros, y
el dolor que de ello resulta, de otros a unos.
(Columna
publicada el 4 de julio de 2013.)
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