Huracanes
Ya muy acá la gira–tour
de huracanes. Banderazo oficial en junio, terminando la temporada en noviembre,
aprox. La cosa, el orden divino o natural, decide destruir y ulugrún. Deja
casas deshechas sobre sudarios de escombros, humanoides vencidos en litorales blancos.
Vienen tantos ciclones, tormentas, con sus caireles, en Atlántico y Pacífico.
¡Ay de nuestro istmo, frágiles telarañas, pueblecillos sin plegaria!
Ustedes saben
que las tormentas tropicales se ordenan según el abecedario, un sistema funcional
si los hay. Este año Alvin fue la primera tormenta en honrarnos con su
presencia. Luego vendrán otras acaso más taimadas y llevarán apelativos tipo
Kiko o Van o Zelda. Veremos pics satelitales, con vistas superiores de energías
temibles, orbitales y sadoclimáticas. En el pasado estas mismas energías se
llamaban Katrina, Mitch, Stan. Nombres excrementicios en la memoria de muchos.
Las comunidades humanas se alistarán como pueden,
ante lo inevitable. Producirán mapas de riesgo, sellarán ventanas, darán
comunicados, harán, acaso, evacuaciones. Planificarán. Pero con las tormentas
nunca se puede planificar lo suficiente, así que muchas medidas resultarán
artificiales.
¿Quién, díganme,
contra los elementos ya en desate, ya desatados? Aguas sin salmo, lluvias sin
seso, océanos contrasolidarios. Vientos blasfemos y meteorológicos. Lodos
ictéricos. El resplandor mismo de la destrucción. El saldo pues tristísimo. Las
pérdidas económicas, indecibles. Las carreteras, hechas una mierda. Miles de afectados–damnificados.
Tantísimos muertos. Sobrevino la desgracia mineral, vegetal, animal, humana, hasta
la etérica. Uy.
(Columna
publicada el 30 de mayo de 2013.)
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