Autodidacta (2)
No me llama
la atención destruir la figura del mentor. Tengo suficiente admiración por aquellas
personas que inevitablemente poseen más experiencia que yo. Pero en tanto que
autodidacta evito caer en cuencas fijas de heredad y transmisión, y eso me ha
dado me parece a la vez carácter y elasticidad. Sobre todo, mis errores han
sido siempre míos –de ellos lo he aprendido todo. Cuando los escritores emergentes
me envían manuscritos y textos, para que les facilite un comentario, respondo:
gracias por pedirme una opinión, pero ocurre que yo creo en la opinión propia.
Con el
internet las posibilidades para el autodidacta son fluidas e infinitas (no lo
eran en mis tiempos adolescentes, desgraciadamente más feudales). Internet
trajo rosas, trajo condiciones inmejorables de autoaprendizaje. En lo personal
tiendo mucho a la información en audio: podcasts, webinars, etc. Me he metido
al organismo miles de horas de información auditiva, por lo general mientras
lavo platos (lavo muchos platos); en mi caso, información relacionada con la
consciencia y la espiritualidad –mi rollo. Otros absorben datos de política,
branding o paleobotánica. El arte del autodidacta (y en esta era todos somos en
una medida autodidactas) consiste en encontrar las fuentes óptimas de conocimiento,
las más jugosas.
El internet
me ha dado la clase de educación instantánea, directa y caudalosa que jamás me
hubiera podido dar una universidad, y menos en un país como éste. Internet,
verdadero Prometeo, es una hermosa tierra para hacer trekking sin guía. Por los
senderos del conocimiento –y en plan pata de chucho.
(Columna publicada
el 9 de mayo de 2013.)
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