Vivir el juicio
Cada quien ha
vivido el juicio a su modo; yo lo he vivido celularmente.
Desde el día
uno fue importante para mí asumir este reto tectónico, hipercívico; adherirme a
esta formidable pasión social. No evasionar: no replegarme en una de las formas
de la cotidianidad: no apartarme de la historia viva: posicionarme.
Fui otro de
los beneficiados del streaming. No se dio el día en que no escuchara el juicio.
Ciertos días lo escuché tanto –cuatro, seis horas, mientras trabajaba. Otros solo
pude escucharlo una hora o menos, cuando el trabajo de plano me lo impedía.
Y a la par de
escuchar el juicio, he dado mi opinión respecto al mismo, en esta columna, en tantas
conversaciones anfetamínicas, en fb, en donde el feedback es ya masivo, instantáneo,
extásis. Nada como escribir posts en voltaje –urgente, volterianamente. La
opinión es activismo, a no dudarlo. Hay quienes aprecian los propios criterios,
quienes los desdeñan. La disensión es buena, es néctar. El ejercicio es mantener
la apertura, alteridad, tolerancia –el zen. Nada de ira. La ira es el enemigo. El
arte de navegar con maestría entre las malas vibras. Lo cual no quiere decir
que no podamos ponernos claros o punkis. Sobre todo poner los límites, cuando
alguien dice lo falso, tuerce lo dicho, cuando hay irrespeto.
También a
veces tomar distancia del proceso, para preservar el balance y recargar batería.
No podemos permitir que esta clase de asuntos nacionales, por muy importantes
que sean, nos enfermen. Lo que la nación necesita son sujetos sanos –como brotados
de un poema de Walt Whitman.
(Columna
publicada el 25 de abril de 2013.)
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