Integral
Nuestra cultura política sigue desgarrada por la misma sempiterna
polaridad.
Estamos hablando de dos residencias ideológicas de conjunto –con sus
variantes y subregistros– que se oponen y friccionan, mientras se alimentan parasitariamente
la una de la otra.
En sus versiones patológicas y clausuradas ninguna de estas dos membresías
ha conseguido salvar el proyecto político del país. Lo único que han logrado es
abrir las puertas a la confrontación atávica, y a su valor dominante: el
maniqueísmo rapaz.
El problema es congelar una perspectiva en detrimento de otra (un ejemplo
formal: estado de derecho vs. derechos humanos). El problema toca no solo a
derecha e izquierda, sino además al centro que, en su modelo acomodaticio y
moderante, también descarta grados políticos significativos.
La vieja forma de situarse en el espectro político jamás ha funcionado.
Esto no debiera llevarnos a rechazar la política desde un escepticismo
nihilista e inmaduro. Tampoco debiera llevarnos a la esquizofrenia doctrinal o
partidista.
Debería más bien ayudarnos a establecer un guión de desarrollo integral que
permita por un lado sinergizar las expresiones sanas de las tres esferas dominantes del espectro ideológico, y por
el otro discernir y enfrentar los aspectos sombra de cada una de estas esferas,
bajo un intrépido y muy serio marco de rendición de cuentas.
Todas las visiones políticas tienen en ellas, en su modalidad saludable,
un valor y una razón legítima de ser. Solo podremos salir de esta crísis en la
medida en que podamos honrar de modo simultáneo las múltiples perspectivas del paisaje
del poder.
(Columna publicada el 11 de abril de 2013.)
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