Afuera
Abusos de poder
incontrolables; iniquidad, tortura, persecución y muerte; superstición,
ignorancia feudal, fundamentalismo dogmático; teofanías torcidas o mal
glosadas; inmoralidad y criminalidad a magistral escala; intolerancia a la crítica
y disensión de cualquier clase; el asqueroso y sistemático suprimir de todo
foco de creatividad y auténtico crecimiento interior…
La religión,
tal y como se ha vivido –y se sigue viviendo– presenta muchos problemas. Por
tanto hay que situarse afuera del
supermercado religioso, desde allí criticarlo.
A menudo la
religión se limita a ser un conjunto de costumbres, creencias e
interpretaciones, y no participa en una dimensión experiencial. Pero la
religión no puede ser ya a estas alturas una promesa de bienestar: tiene que
ser su expresión consciente.
Lo que más
entristece es ver cómo las grandes religiones han descuidado sus legados
místicos, y han hecho de lo absoluto un Dios–Programa. Se enfocan en lo
revelado y olvidan por completo lo revelante.
Luego también
es una pena que no exista el asombro interespiritual. Más bien lo que hay es el
bullying religioso, la apologética descarriada y no inclusiva, la privatización
de Dios.
También se
lamenta que las grandes religiones no hayan pasado completamente por la
experiencia de la modernidad (no reconociendo la dimensión liberal de lo
sagrado) y aún menos de la posmodernidad, ya no digamos de la transmodernidad.
Cancerberos de
la burocracia espiritual, mercádologos de la religión, colonizadores de la
consciencia. Hay personas que van al templo a esconderse del Espíritu. En el
templo degollan al cordero, luego lo venden en kebabs.
(Columna
publicada el 7 de marzo de 2013.)
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