Adentro
Por otro lado,
también es importante celebrar la religión, colocarse adentro. Criticar la religión es relativamente fácil.
Apreciar su profundidad, a veces, un reto mucho más demandante.
A menudo los
críticos de la religión empujan una carga de agresión y rigidez que es idéntica
a la de aquellos a quienes critican. (Y una carga de aburrimiento… Allí está la
frase magistral de Heinrich Boll: “Me aburren los ateos; siempre están hablando
de Dios”.)
Así como hay
personas que se quedan encerrados en la religión, otros se quedan encerrados
afuera. Son encierros equivalentes.
Muchas veces
los críticos ya mencionados solo se enfocan en los niveles religiosos crasos.
Pero hay que saber que toda religión tiene infinidad de niveles, unos muy
sutiles y expansivos.
Algunos
piensan por ejemplo en el cristianismo y solo son capaces de percibir fantásticos
mitos fraudulentos, grandes crueldades, sacerdotes pedófilos, intolerancia in
extremis. Lo cual está bien, porque se precisa pedir a la religión inteligencia,
transparencia, alteridad y metanoia.
Pero también
está aquel cristianismo que encontramos en Meister Eckhart, en Santa Teresa, en
Martin Luther King, Paul Tillich o Theilhard de Chardin. Es una tradición
religiosa que ha aportado lo indecible a la humanidad.
Muchos escépticos
laicos, al enfocarse obsesivamente en los niveles burdos y fallidos de la
religión, tienden a estimularlos y reafirmarlos: se convierten en instrumentos
de aquello que critican. No es cuestión de eliminar la cultura religiosa imperante,
esfuerzo por demás inútil; se trata en todo caso de refinarla, por medio de la
conversación profunda.
(Columna
publicada el 14 de marzo de 2013.)
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