Adentro/Afuera
No hace falta convertir
lo que claramente es una función en una identidad.
Los humanos
tienden a transformar el hacer religioso en una manera irrevocable de ser. Así la
religión se presenta a menudo como una especie de patrimonio ontológico, lo
cual es fuente segura de toda clase de conflictos.
Pero si
percibimos la religión como un medio nomás –de acceso o expresión interior– entonces
podemos hacer (o dejar que otros hagan, o no hagan) uso de ella de acuerdo a
las propias pulsiones, sin generar problemas insorteables.
Véase pues la
religión como una herramienta. Una herramienta sagrada, acaso, pero una
herramienta de cualquier manera, como lo es un desatornillador, o un martillo. No
se trata de llevar el martillo a todos lados, ni todo el tiempo, con uno. Eso
sería muy neurótico.
Ahora bien,
hay personas que convierten el martillo religioso en una efigie inamovible, y
hasta lo usan para golpear a otros. Los hay quienes agarran ese mismo martillo y
con mucho entusiasmo lo queman en la plaza pública. En ambos casos, el martillo
se ha convertido en una identidad a defender o derrocar.
Cuando
comprendemos que la religión no es más que un instrumento en nuestras vidas,
somos libres de entrar y salir del templo –podemos estar adentro o afuera de la
religión– según nuestras auténticas necesidades, intereses, compromisos y
propensiones.
La religión así
deja de ser un marco fijo de creencias, para volverse un marco fluido de
trabajo. Lo insalubre es retener un enfoque religioso cuando no tiene uso, o
bien en prohibir su manifestación cuando es indispensable. Lo sagrado será
flexible, o no será.
(Columna
publicada el 21 de marzo de 2013.)
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