Voto global
El nuevo
presidente norteamericano es asunto que nos concierne a todos, no solo a Katy y
Clint.
Al final del
día, claro, a este cabecilla lo terminarán escogiendo unos pocos, cruciales votantes
de Estados Unidos (todo se reduce a los swing states). Pero cada vez más será
menos descabellado decir que el resto de países tenemos derecho a alguna clase
de voz, en las elecciones gringas (o de cualquier superpotencia). La muerte de
las fronteras políticas y económicas no ha traído aún esta prerrogativa, que es
más bien una necesidad: si las decisiones de un país informan la vida de otro de
modo consuetudinario, a menudo trágico, ¿por qué no habría éste de tener injerencia
sobre el proceso electivo de aquél? Yo propondría al menos unas elecciones
mundiales simbólicas, vía web.
Hay sí ciertos
sondeos. Leí la otra vez que –de acuerdo a Gallup– si el mundo votara, Obama tendría
cuatro votos por uno de Romney.
El mundo es
pro–Obama. Después de todo, se precisa desconfiar del republicanismo tan veleidoso
como sacramental de Romney, que promete un frankestein con todas las de la ley.
Pero lo cierto es que en Obama nunca vimos las
decisiones planetarias conscientes que se esperaban de su persona. Su mandato
fue muy electoral –una continua búsqueda de leverage político– en lo doméstico,
y consistemente conservador en lo exterior.
Sobre todo, no
se puede circunvalar aquello que dijo alguna vez Sánchez Dragó: “Todos los
presidentes de Estados Unidos, de Roosevelt en adelante, y quienes siguen sus
órdenes o les ríen las gracias, son, han sido o serán criminales de guerra”. Feliz
día de difuntos.
(Columna
publicada el 1 de noviembre de 2012.)
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