El evento
Que los mayas ofrezcan una descripción del cambio de ciclo en sus
propios términos no tiene por supuesto nada de malo.
Es bueno que hayan aportado su dibujo –y además desde hace rato,
prueba nomás de su sensibilidad hacia el tiempo profundo– siempre y cuando ello
no responda a ninguna clase de contracción etnocéntrica, porque el cambio de
ciclo no es asunto culturalmente privado. De hecho, los mayas no son los únicos
en prefigurarlo. Otras descripciones o anticipaciones –tan sofisticadas como la
maya, algunas netamente occidentales y muy formalmente contemporáneas–
corroboran esto que digo.
El cambio de ciclo es de todos y por tanto de nadie. Tal es, por
cierto, la naturaleza de esta mudanza: el reconocimiento de un contexto insondable
que anima, cuida, afirma, refina y expresa conscientemente cada una de las
texturas de la manifestación, sin quedar atrapada en ninguna, en pos de una creciente
cooperación total.
Los mayas son más o menos libres de guardar para sí la
representación del cambio de ciclo como algo íntimo, más no el evento como tal.
A la vez, el estado de Guatemala –por ejemplo el INGUAT– puede celebrar, si así
lo desea, el cambio de ciclo, pero deberá tener la delicadeza de no convertir
las creencias mayas en un acontecimiento turístico oportunista (o, en el caso
de la empresa privada, una estrategia cualquiera de marketing).
Por demás, si el estado decide celebrar el cambio de ciclo sin
crear las condiciones verdaderas para que ingrese a nuestro sistema de
realidad, solo está insultando al universo.
(Columna publicada el 25 de octubre de 2012.)
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