En la Concha
Esto pudo ser
cierto.
Ya saben que
en la Concha Acústica ponen un marimbón. Y la audiencia siempre tan
aprobatoria. Parejas de viejitos, empleando movimientos sorpresivos. Él con su
boina no digo que fea, ella con una falda de eras más moderadas, más grisoides.
Los patojitos dándoselas de incansables. Parejas establecidas,
consuetudinarias, de la marimba de la Concha Acústica. El meneadito es virtuoso
y cómico. Vaya nivel de personajes.
Otros,
parados, no bailan, hacen la finta. Y muchos sentados en las bancas pétreas,
pero emocionados. Está sonando lo imprescindible; el ambiente es áureo y
popular. Hasta los de Emetra andan desinhibidos. Y la gente se conoce entre ella.
¡Un popurrí de cumbias!
Luego el
viejo. Qué movedera la del viejo. Qué estamina. Parece por su aspecto un saddhu
de la India. O sea que parece puro charamilero. Y baila frenéticamente, como un
recalcitrante. Como si hubiera fumado cristal.
Se infiere que
el conjunto es el de la alcaldía. Los músicos están protegidos por la amplia
concha de la Concha Acústica. El bataquero, inspirado. El contrabajo, en
fervor. Los demás –tesoneros– tocando la señora marimba. El animador a todo
esto hablándole a su audiencia. Preguntando si había venido el no–sé–quién y la
no–sé–quién–más.
Hasta que todo
acaba, termina el concierto. La mara como decepcionada, como sin querer irse. Pero
terminan yéndose. Es una lenta diáspora. Van a seguir con sus vidas, que a lo
mejor no van a ninguna parte.
Solo el viejo
queda, dormidito. Pero no dormidito: muerto. Se le paró la chicharra. Nadie se
dio cuenta.
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