Cielo de nadie
Si algo gusta de Amos Oz es que siendo un intelectual en verdad
sensible, a su manera un pacifista, no es tampoco un repartidor de primaveras
falsas, ni niega absolutamente la guerra, a veces necesaria. Detesto esas fotos
de facebook –de seguro montadas– en donde un niño palestino y otro israelí van
abrazándose, ungidos de armonía. Sobre todo, tener cuidado con las lágrimas de
cocodrilo. Y aquí estoy pensando en un video de Norman Finkelstein que vi la otra
vez, en donde se defiende de una joven lacrimosa que pretende devaluarlo ante
la audiencia, con el naipe –a veces oportunista– del Holocausto. Si a alguien
le han pintado en su pared Profi, boged
shafel! (¡Profi, vil traidor!) –como al personaje de Oz, en Una pantera en el sótano– es a
Finkelstein. En esa línea iba la columna de Galeano la semana pasada: “¿Acaso la tragedia del
Holocausto implica una póliza de eterna impunidad?”. Yo
–que respeto profundamente el judaísmo– tendría más respeto por el Estado de
Guatemala si neutralizara de una buena vez por todas esa lealtad atávica que lo
vincula a Israel. Y con ello no cierro los ojos a los terrores hamasianos ni al
peligroso y levantisco pull gravitacional del Islam integrista (sé bien de
donde ha venido el mayor foco histórico de persecución a la religión que, cada
cierto día, practico: el budismo). En el fondo se trata de evitar a toda costa
la eurosentimentalidad, que cae a menudo en modalidades de “compasión idiota”, y
evitar por otro lado el rígido fanatismo maniqueo que nos está saturando
nuestro buen cielo de nadie con incontables misiles asesinos y secciones chamuscadas
de patojitos muertos.
(Columna publicada el 29 de noviembre de 2012.)
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