Bonzo (II)
He querido
traer a la memoria una foto que tiene para mí gran significado: me refiero a
aquella del monje budista que se autoinmolara como forma de luchar por sus
derechos religiosos.
¿Sabían los
monjes que diseñaron la protesta que se convertiría en un punto de referencia
tan formidable? Y sin embargo, había una probabilidad elevada de que ningún
periodista llegase a cubrir el evento, y éste se hundiera en el olvido, no pasando
de ser una anécdota mitológica, una leyenda urbana.
La foto fue
nuclear para redefinir la relación de los Estados Unidos –estamos hablando de Kennedy–
con Ngô
Đình Diệm, el sátrapa survietnamita, y quizá para removerlo del poder. Dio la
vuelta al planeta, causando un sobrecogimiento mundial. Hasta la fecha,
cualquiera que la mire sentirá una mezcla de terror y reverencia.
La foto
descontextualizó la protesta y la recontextualizó: la sacó de su trama religiosa
más inmediata y la colocó en un marco de indignación muchísimo más amplio. Era
como si la foto tuviese vida propia.
Se ha vuelto
un landmark político, y no extraña que una banda como Rage against the machine pusiera un detalle de la misma como
portada de uno de sus discos en su momento. Es ya cultura popular.
La foto
también sirvió para darle fuerza y legitimidad a la tradición bonzo, que sigue vigente
en contextos tanto fervorosos como laicos.
Sobre todo nos
informa del poder documental/sacramental de la fotografía, que puede tomar cualquier
evento dado, enmarcarlo en un contexto mandálico, y conferirle de esa cuenta una
energía inimaginable.
(Columna
publicada el 20 de septiembre de 2012.)
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