Ciudad seca
Hace algunas semanas, me escribió
Marielos Porras, del Fu Lo Sho, contándome sobre la situación de su
restaurante. La tenía inquieta la posibilidad de que los dueños de los
edificios del área terminasen con lugares tradicionales para meter otra clase
de negocios, para ellos más rentables.
En el mensaje que le escribí de vuelta,
puse: “El proyecto de remozamiento de la sexta no
fue desde sus inicios otra cosa que un proyecto de corte inmobilario–edilicio–empresarial.”
El problema es cuando se
empiezan a tomar resoluciones en torno al factor dominante y excluyente de la
oferta–demanda, por encima de los criterios comunitarios y vitales. Otro
problema es cuando se utilizan esos mismos criterios comunitarios y vitales como
fachada para lucrar.
Los dueños de los inmuebles
tienen derecho a hacer con sus propiedades lo que les venga en gana. Pero nadie
puede ignorar que el mercado achata nuestra realidad, por ejemplo desintegrando
sus dimensiones populares orgánicas. Son muchos quienes desean lugares bonitos,
asépticos, funcionales, inexpugnables, competitivos y remuneradores, pero lo
malo es cuando tiran el bebé con el agua de la tina, y liquidan la poesía misma
del la zona. Muere así la revelación, la contraluz, el encuentro, el mysterium
tremendum de la urbe, la memoria, la intimidad y la cultura. La ciudad, ya sin
fluidos, termina secándose.
A varios negocios del área,
en principio ilusionados con el proyecto de sanitización de la sexta, el tiro puede
que les salga por la culata. Esperemos que no sea el caso del Fu Lo Sho.
(Columna publicada el 26
de julio de 2012.)
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