Bradbury (1)
Y ya me lo
sospechaba yo que se iba a morir este año uno de mis autores de cabecera, gurús
narradores, me refiero a Ray Bradbury.
¡Haz del
Universo tu Acto!, dice Bradbury en Libro
para Inspirar a Curas, Rabinos y Pastores Desanimados, con optimismo
abrasado.
Bradbury para
empezar fue un vitalista, un ser hecho de vitaminas, de locos diamantes de
energía. Vino al mundo al celebrar la vida y el asombro y la posibilidad. En
ello se parecía a Monteforte, que por cierto le mencionaba. Sus cuentos están
llenos de vida.
Y de
inocencia. Bradbury era ingenuo y profundo y optimista: whitmaniano a más no
poder. Adoro esa idea suya de que hay que saltar del peñasco y construirse las
alas en el camino.
Bradbury el
Creyente (muy a diferencia de Ballard el Nihilista) confiaba en la crística
cruzada espacial, tan norteamericana, en la emergencia de los mundos. Y ponía
al ser humano en el centro de esa cruzada. Tanta candidez le convertía por un
lado en un conservador pero por otro lado también le hacía aéreo, explorador y
liberal.
Y sin embargo,
no podemos decir que el suyo era un optimismo beato: siempre mostraba de otra
parte un filo de oscuridad, una perversión. La inocencia da formas gigantescas
de maldad. Los niños de Bradbury a menudo nos causan miedo. Bradbury
a lo mejor escribió historias infantiles –como El árbol de las brujas– pero su literatura no era para nada
infantil.
Bradbury sabía
que incluso en el centro de lo blando y seguro y domesticado hay un horror que
surge. Todo aquello que colonizamos y controlamos nos termina de una u otra
forma devorando.
(Columna
publicada el 14 de junio de 2012.)
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