Pancarteando
En nuestro país,
el escritor no está inscrito en ningún mecanismo de inserción social, más allá
de lo sentimental.
Se ve incluso
en aquellos poquísimos escritores que han conseguido la indiscutible gloria doméstica,
es decir Miguel Ángel Asturias.
A quien por
cierto todo el mundo celebra, pero a ver cuántos de ustedes han leído, por
ejemplo, la trilogía bananera. Pues mienten. Y si la leyeron es porque se la
embutieron en el colegio o la universidad. Los libros de Miguel Ángel Asturias,
más que libros, han sido funcionarios del sistema educativo.
Lo cuál no
sería triste si no fuera como fenómeno algo más bien excepcional. La regla
siendo que vivimos en una sociedad que no moviliza sus recursos para acondicionar
el fenómeno de la escritura.
Por supuesto, el
escritor no tiene nada de especial: solo es uno entre tantísimos otros
desheredados del sistema. Y aún cuenta con la ventaja de extraer un aura de
ello, sublimar una identidad romántica, crear una valuada marginalidad. Es por
esta vía que los escritores y artistas del Tercer Mundo derivan una respetabilidad
mártir y los más lazarillos subsidios del Primero. Con ello están en mejor
posición que la mayoría de sus conciudadanos. En realidad, no existe nada más repulsivo
que un escritor que se queja todo el santo día de que nadie le quiere ni le
pone atención (uno también ha pasado por allí).
Pero tampoco
es que el escritor no tenga derecho a pancartear, llegado el momento. Si no lo
hace él, nadie más lo hará: es su gremio, después de todo. Y siempre hay que
recordar que una cosa es ser marginal por elección, y otra ser marginal porque
ni modo.
(Columna
publicada el 19 de abril de 2012.)
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