La democracia interior (II)
Todo individuo tiene la responsabilidad pues de mantener una práctica ciudadana
independiente: cualquier foco de intermediación entre su persona y el poder
democrático es potencialmente peligrosa. Lo importante es que comprenda que su integridad
cívica no depende para nada de que un político (o bien su rival) haya ganado
las elecciones. Si la misma dependiese de los gobernantes y sus gobiernos, todo
estaría perdido. Por fortuna, nadie le puede dar a nadie la democracia: cada
cual se la tiene que dar a sí mismo. Cada uno posee en su interior una fuente latente
de valores y talentos ciudadanos.
Los sujetos que no cultivan la democracia interna son como loros
repitiendo los mismos eslóganes mórbidos de indignación ante la realidad
nacional: carecen completamente de creatividad política. La democracia interior
garantiza que nuestra confianza en la democracia no se erosione.
Empieza siendo una democracia de la cotidianidad, que fluye a las relaciones
ordinarias: las cosas y seres alrededor y la realidad vivida. La persona va
creando situaciones democráticas en su ambiente inmediato, lejos de todo enfoque
mercantilista o explotador. Ésta y no otra es la democracia directa.
Es solo a partir de esta base tan genuina que procede a expandir su
vida democrática a las instituciones e instancias sociales más complejas, que
no son en ningún modo irrelevantes. Si en este espacio se ha criticado la
democracia externa, es solo en la medida en que no participa de lo interno. Hay
que saber que la electricidad ciudadana se origina en un lugar nada más: en el
corazón del individuo que ha decidido ser un vehículo de la democracia
profunda.
Casi ni hace falta decir que cuando muchos de estos individuos se
reúnen, algo arrollador ocurre.
(Columna publicada el 1 de diciembre de 2011.)
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