La democracia interior (I)
Posguerra:
hemos visto gobiernos ir y venir, siempre insatisfactorios. Gobiernos que
nacieron en el seno de una democracia puramente externa, sin implicación real
del individuo. Es la democracia de las instituciones, de los funcionarios, de
la intermediación compulsiva, del legalismo carnicero. La democracia en donde
la participación se reduce a un evento apariencial. Una democracia alienante, impuesta
desde fuera.
El ejercicio
público se pierde en rituales vacíos. Las urnas difícilmente se constituyen
como una expresión equilibrada del sentir general (vean los resultados
recientes en España). El sufragio no pasa de ser una cáscara vacía, sin corriente
democrática.
El problema es
que invertimos la totalidad de nuestra atención en una democracia crudamente
objetiva, y para compensarlo, se precisa vindicar otra clase de democracia: la
democracia íntima, la democracia personal, la democracia interior.
Se nos olvida con
demasiada frecuencia que la democracia no es solamente un asunto colectivo:
también –quizá sobre todo– es un asunto propio. Algunos pensaran que esto
contradice la definición de la democracia –entendida como pacto social– pero
hemos de recordar que el individuo es un colectivo en sí mismo: es masa. “Yo
soy inmenso, contengo multitudes”, dijo Walt Whitman. ¿Cómo tomarlas a todas
ellas en cuenta? En este respecto, se ha venido hablando en los últimos años de
“democracia profunda”.
Si no asumo,
en tanto que individuo, todos esos valores de la democracia y los aplico, en un
movimiento de integridad básica, a mi consciencia propia, y a mi contexto
inmediato, ¿con qué derecho voy a exigirlos a un gobierno entrante?
(Columna
publicada el 24 de noviembre de 2011.)
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